JESUS, EL CORDERO DE DIOS
Juan 1:19-34
Juan el Bautista era un personaje muy importante en los tiempos bíblicos del Nuevo Testamento porque traía una palabra fresca de parte de Dios confrontándolos para que se arrepintieran.
Predicaba en la orilla de los ríos y las personas que se identificaban con la enseñanza que traía, se bautizaban delante de todo el público como señal de que creían y aceptaban su doctrina. Pero no era el único predicando en la orilla del río, también había filósofos griegos y de otros países que exponían sus ideas y doctrinas, los que creían se bautizaban frente a ellos delante del público como testimonio de su fe en ellos.
Juan el Bautista sabía y reconocía que no era el Cordero de Dios, sabía perfectamente su posición y su misión. No se adjudico lo que no era ni se creyó ser alguien, nos muestra su humildad delante de Dios y estaba convencido que el Mesías vendría después de él, significa que conocía los tiempos. Nosotros debemos aprender de Juan el Bautista la humildad en reconocer y aceptar nuestro lugar como hijo de Dios y no creernos más.
El Señor le dio indicaciones exactas sobre quién era el cordero de Dios, y la clave fue el Espíritu Santo que descendiera y permaneciera sobre él sería el Cordero que bautiza con el Espíritu Santo. El mismo principio es usado para distinguir a los verdaderos hijos de Dios y es el Espíritu Santo que permanece en nosotros.
Para que permanezca Su Santo Espíritu en nosotros es viviendo en obediencia a Su Palabra, porque donde se practica el pecado no está la Presencia de Dios. Vivir en justicia y odiar el pecado es el estilo de vida de los hijos de Dios. Algunos dicen que son hijos pero están lejos de serlo porque practican la maldad. 1Juan 3:1-10
Así como Juan pudo distinguir al Cordero de Dios, hoy la gente debe distinguir entre los hijos de Dios y los del diablo, porque practicamos verdad en todo y damos de la gracia que hemos recibido de Él. Juan 1:16-17, Juan 8:42-47
Dios confirmó que Jesús era y es el Cristo, el Cordero que sería sacrificado por nosotros para redimirnos con su sangre, como lo hacían en los tiempos del Antiguo Testamento. Proféticamente nos muestra las Escrituras sería sacrificado para pagar con la muerte la deuda del pecado. Sin sangre no hay redención. Cristo murió por nuestros pecados pero resucitó para darnos vida. Hebreos 9:1-28
Al igual que Juan el Bautista, nosotros reconocemos que Jesús es el Cristo, el Hijo y el Cordero Santo de Dios. Es nuestro Señor y Rey, es nuestro único Salvador que adoramos y le rendimos todo nuestro ser. Lo adoramos y lo adoraremos por toda la eternidad. Apocalipsis 5:6-14
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