domingo, 3 de febrero de 2008

LA NUEVA CREACION

Enseñanza básica

INTRODUCCIÓN

Jesús vino para relacionar al hombre, que se había perdido en el pecado, con Dios Padre. Él lo logró derramando Su propia sangre por nuestro perdón y justificación y logrando, de esta forma, que naciéramos a la familia de Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13).

Cualquier persona que cree en el Señor Jesucristo como su Salvador es una persona renacida, nacida de nuevo de la muerte a la vida. El resultado del nuevo nacimiento es una nueva creación milagrosa, una criatura hecha a la misma imagen de Dios en santidad, pureza y amor.

Este es el propósito del nuevo nacimiento: tomar una “vieja criatura” pecadora y separada de Dios y recrearla en una “nueva criatura” justa, viva para Dios y capaz de servirle de todo corazón, como hizo Adán antes de caer.


EL NUEVO NACIMIENTO

Jesús le dijo a Nicodemo: “os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Y no se le presentó como una alternativa sino como un requisito. Cuando Jesús dijo esto no se refería a un evento físico como creyó Nicodemo (Juan 3:4); Él hablaba de un evento espiritual que trasladaría al hombre al Reino de Dios. Nicodemo era un legislador de edad y respeto entre los judíos; sin embargo, su posición no le era de ayuda espiritual. Ante los ojos de Dios lo importante que sea una persona o lo que posea no hace ninguna diferencia; tiene la misma necesidad que Nicodemo: ¡Debe nacer de nuevo!

En el capítulo 3 de Juan, Jesús habló de dos nacimientos; uno hace a todos los hombres carnales y perdidos en el pecado mientras que el otro hace a los hombres vivos para Dios. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).


A. Nacido de la carne
Toda persona viva ha nacido de la carne y ha sido introducida en la raza Adámica en virtud de su nacimiento físico. Como tal, toda persona nace a la imagen y semejanza de Adán (Génesis 5:3). Este es el “primer” nacimiento al que se refiere Jesús cuando dice: “os es necesario nacer de nuevo” . Este nacimiento físico coloca a todos los hombres “en Adán” y por ende bajo la maldición de la muerte espiritual (1 Corintios 15:22). Es debido a esta corrupta condición interna que todos los hombres deben nacer “de nuevo” antes de que puedan entrar en el reino de Dios.

1. El padre del pecado
La naturaleza pecadora que existe en los hombres que no han nacido de nuevo es en realidad, la naturaleza del diablo “porque el diablo peca desde el principio” (1 Juan 3:8). Jesús les dijo a los fariseos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él” (Juan 8:44). El apóstol Juan llama a aquellos que no obedecen a Dios “hijos del diablo” (1 Juan 3:10).

2. Estar en Adán comparado con estar en Cristo
Cuando Adán pecó dejó de ser hijo de Dios (según fue creado) y se convirtió en un hijo del diablo por la naturaleza de pecado que adquirió. Esta condición interna pasó a todos los descendientes de Adán (excepto Jesús); de manera que todos los hombres nacemos bajo la autoridad de las tinieblas: el señorío de Satanás. Con Dios no hay neutralidad: uno es hijo de Dios o hijo del diablo, ¡no hay posición intermedia! Cualquier hombre que esté “en Adán” y no en Cristo es todavía una vieja criatura regida y dominada por una naturaleza interna bajo el señorío de Satanás.

3. La condición del corazón
La condición interna del hombre no puede cambiarla ninguna cantidad de buenas obras ni de actos de justicia. Los judíos de los días de Jesús tenían la falsa creencia de que sus actos de piedad y sus lavados rituales los mantenían espiritualmente puros. Jesús dijo que lo que sale del corazón (es decir, su ser más interno) es lo que contamina al hombre (Marcos 7:20-23).

No importa cuánto se pula una manzana podrida y se le haga parecer buena por fuera, todavía estará podrida por dentro. Es así como Dios ve a los hombres que no han nacido de nuevo pero que tratan de hacer buenas obras (Mateo 23:27). La maldad interna es el resultado del nacimiento físico de la raza adámica (primer nacimiento); los actos de justicia no cambiarán esa condición más que el pulir la cáscara de una manzana podrida cambiará su interior en una manzana fresca y nueva.


B. Nacidos del Espíritu
Cuando un hombre nace del Espíritu es su segundo nacimiento (renacimiento). El renacimiento es simplemente el quitarle la antigua naturaleza corrupta y sustituírsela con una “nueva naturaleza” (Colosenses 3:9-10). Cualquiera que ha nacido del Espíritu (es decir, nacido de nuevo) ha “pasado de muerte a vida” (Juan 5:24); ha sido librado de la autoridad de las tinieblas y “trasladado” al reino del Hijo de Dios (el reino de Dios) (Colosenses 1:13; Hechos 26:18).

El nacer de nuevo hace por el hombre lo que todas las falsas religiones del mundo nunca podrán hacer. Estas religiones dan numerosas reglas pías sobre la conducta, pero no pueden hacer “nada” con respecto a la condición interna del hombre (Colosenses 2:23); y es esta condición interna lo que mantiene al hombre fuera del reino de Dios (Efesios 2:3). ¡Los hombres de hoy día no están perdidos por lo que hacen sino por lo que son! (lo que hacen es resultado de lo que son).

1. Corazones de piedra y corazones de carne
En el Antiguo Testamento Dios prometió la transformación del nuevo nacimiento. “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26). El corazón de piedra es la antigua naturaleza; el nuevo corazón (“corazón de carne”) y el espíritu nuevo son la nueva naturaleza que llega al hombre cuando nace de nuevo.

Israel acostumbraba pecar y apartarse de Dios porque tenían corazón de piedra (Jeremías 5:23; 7:24); Dios sabía que lo único que cambiaría su conducta sería cambiarles sus corazones (Ezequiel 11:19-20). Y es este cambio interno lo que ocurre en el nuevo nacimiento; en vez de un corazón de piedra que lucha contra Dios se nos ha dado un nuevo corazón y un nuevo espíritu que están vivos ante Dios y que desean hacer Su voluntad.

2. Transformación instantánea y completa
Nacer de nuevo no es un proceso gradual por el cual trabajamos hasta cierto nivel de desarrollo, sino que el nuevo nacimiento es un trabajo instantáneo del Espíritu Santo que ocurre en el momento en que creemos. Como ya dijimos: no hay términos medios con Dios, solo se puede estar “en muerte” o “en vida”, se es hijo del diablo ó hijo de Dios.

No existe un ser que se pueda catalogar como un hijo del diablo en proceso de llegar a ser hijo de Dios. Eres uno u otro; no puedes esta a medio camino entre ambos. “Esa transformación INTERNA ES completa en el momento en que crees”. En el momento en que naces de nuevo eres perfectamente librado de la autoridad de Satanás, completamente trasladado al reino de Dios, totalmente un hijo de Dios (Colosenses 2:9-10).

3. La semilla incorruptible e imperecedera
La obra que ejecuta el Espíritu Santo en el nuevo nacimiento no es únicamente instantánea sino que también es eterna. “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible (imperecedera), por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (11 Pedro 1:23). El nos trajo, nos hizo nacer de nuevo por la Palabra de Verdad (Santiago 1:18) y esa Palabra de Dios permanece para siempre (1 Pedro 1:24-25).

El nuevo corazón que recibe el que ha nacido de nuevo es incorruptible e imperecedero puesto que la semilla que formó ese nuevo corazón es la Palabra de Dios. Aquello que es nacido de carne (semilla perecedera) se sacará y pasará (1 Pedro 1:24), pero aquello que es nacido del Espíritu (de semilla imperecedera) nunca pasará sino que permanecerá para siempre (2 Corintios 4:16).


C. Nacido en la familia de Dios
Cuando una persona nace de nuevo, nace en la familia de Dios y Dios se convierte en su Padre. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Por nuestro primer nacimiento somos hijos de Adán, pero por nuestro segundo nacimiento somos “hijos de Dios”, puesto que “dios” nos ha hecho renacer (1 Pedro 1:3).

Dios, desde antes de la fundación del mundo quería una familia, quería hijos que le amasen y le sirviesen con un corazón sincero. Fue por esto que creó a Adán; antes de la caída Adán era hijo de Dios. Pero cuando Adán cayó la muerte espiritual pasó a todos los hombres y ya el hombre no podía ser más un hijo de Dios puesto que ya en su corazón no era como Dios.

Pero cuando un hombre nace de nuevo su corazón de piedra es sustituido por un “nuevo corazón”. Este nuevo corazón es el resultado de la actuación del Espíritu de Dios, es a semejanza de Dios y “...creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24).

1. Nacidos a Su semejanza: Amor
A partir de simple observación se puede ver que los niños llevan las características físicas y emocionales de sus padres. Lo mismo es cierto para aquellos que han nacido de Dios; los hijos de Dios llevan las características de su Padre Celestial porque sus naturalezas internas son como la de Dios.

El atributo supremo de Dios es el Amor; la Biblia dice: “Dios es amor” (1 Juan 4:16); y este es también el atributo espiritual principal de sus hijos “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).

El amarse uno a otro no es la causa del nuevo nacimiento sino que ese cambio es un fruto de creer en el Señor Jesucristo. Pero cualquiera que ha nacido de nuevo manifiesta este atributo del Amor, porque Dios es Amor, y sus hijos mostrarán la misma característica. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida (es decir nacido de nuevo), en que amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14).

2. Somos hijos de Dios
La posición de privilegio que ocupa el santo del Nuevo Pacto excede grandemente a la de los santos del Antiguo Pacto (Mateo 11:11); el santo del nuevo Pacto es un hijo de Dios en tanto que el santo del Antiguo Pacto era solo un siervo. Dios nos ha llamado a una relación familiar con Él y ha colocado su Espíritu dentro de nosotros para que podamos decir ¡Abba, Padre! (Romanos 8:15). Abba es una palabra aramea que significa “papá” y que es usada por los niños pequeños cuando hablan a sus padres (en otras palabras: Abba = papi).

De esta manera, el Espíritu de Dios en nosotros nos está recordando constantemente que somos hijos de Dios. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6). Puesto que somos nacidos de Dios, tenemos a Jesús como nuestro hermano mayor; a Él se le llama “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29); y nosotros estamos entre esos hermanos.


AL RECIBIR LA VIDA ETERNA

En Juan 5:24 Jesús describe la transformación del nuevo nacimiento como “pasar de muerte a vida” (ver también 1 Juan 3:14). Cuando nacimos de nuevo, nacimos saliendo de muerte y entrando a la vida. La muerte de la que salimos al nacer fue la muerte espiritual, esto es el resultado de la separación entre Adán y Dios quien es la fuente de toda vida. La vida a la que entramos al nacer es la vida de Dios o Vida Eterna.

Dios envió a su Hijo al mundo para darnos Vida Eterna (Juan 3:16). Nosotros recibimos esa vida al creer en Jesús y aceptarlo como nuestro Salvador (Juan 6:47). En el momento en que creemos Dios imparte Su Vida a nuestro hombre interior, recreándonos y haciendo que nazcamos de nuevo de muerte a Vida. Así como Adán vivió cuando Dios le sopló el aliento de Vida, así mismo nosotros también llegamos a estar espiritualmente vivos cuando Dios sopla en nosotros Su Vida Eterna (1 Corintios 15:45).


A. ¿Qué es vida eterna?
Dios es la fuente de toda vida (Salmo 36:9; Jeremías 2:13), se le denomina “el Dios viviente” (Salmo 42:2; 1 Timoteo 3:15) porque Él existió antes de que cualquier cosa existiera, y Él vivía antes de que cualquier ser tuviera vida. Como el Dios viviente, eterno y que existe en sí mismo Dios tiene vida absoluta en sí mismo (Juan 5:26). De aquí se deduce que Él es la fuente de toda la vida.

La Vida Eterna (la Vida de Dios) es la naturaleza de Dios. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4). Cuando venimos a ser participantes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4), también venimos a ser participantes de la Vida Eterna.

1. La Vida Eterna comparada con una “existencia sin fin”
La Vida Eterna no se debe confundir con una “existencia sin fin”. Todos los hombres tenemos existencia sin final, aún aquellos que no creen en el Señor Jesús. Aquellos que no creen no tienen vida eterna, pero si existirán por la eternidad separados de Dios (Mateo 25:41-46).

La palabra “eterna” no se refiere a la cantidad ni a la duración de la Vida que hemos recibido sino se refiere a la calidad de esa Vida. La Vida Eterna es la naturaleza del “Dios Viviente”. Como resultado de tener esa naturaleza pasaremos la eternidad en unión con Dios, la fuente de Vida.

2. ¿Cuándo comienza la Vida Eterna?
Hay gente que cree que la Vida Eterna comienza al llegar al cielo; creen que la Vida Eterna empieza solo después de haber pasado por las “Puertas de Perlas”. Pero la Biblia dice que los que creen ya tienen esa Vida Eterna. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13). La Vida Eterna se nos imparte en el momento en que creemos y aceptamos al Señor Jesús como nuestro Salvador. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan 5:12).


B. ¿Por qué vino Jesús?
“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Dios no envió a Jesús a este mundo para que empezara una nueva religión ni para que estableciera un código de ética; Jesús vino del padre para darle vida al hombre, la vida que había perdido por la caída de Adán.

Las nuevas religiones y los códigos de ética no han podido nunca hacer nada para liberar al hombre de la esclavitud, porque no pueden cambiar al hombre en su interior. Solo el Cristianismo le imparte al hombre un elemento sobrenatural: La Vida de Dios. “Cuando un hombre recibe la Vida de Dios, ella lo cambia”; ella cambia su conducta y su personalidad.

Al creer, Pablo fue transformado de un violento perseguidor de la iglesia en un Cristiano serio y determinado; la Vida de Dios entró en él (Hechos 9:1-2, 20-21). No hay ni un pecador tan perdido que la Vida de Dios no le produzca un cambio. Ningún caso es incurable.

El recibir la Vida Eterna es el evento más milagroso que le puede ocurrir a un hombre en toda su vida. Cuando Dios le imparte Su propia naturaleza al hombre, da nacimiento a una nueva criatura.


NUEVAS CRIATURAS EN CRISTO

Cuando un hombre está en Adán está muerto (es decir, su espíritu está muerto para Dios, porque todos morimos en Adán, 1 Corintios 15:22). Pero cuando un hombre se vuelve al Señor y nace de nuevo, él está en Cristo. Pablo dijo que él reconocía a todos los creyentes como que están en Cristo y no en la carne (es decir, en Adán) (2 Corintios 5:16).

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Todo creyente nacido de nuevo es una nueva criatura; su espíritu o su hombre interior ha sido recreado, y la vieja naturaleza que recibió de Adán al nacer ha sido desechada.

El término “nueva criatura” se refiere al resultado de la transformación radical que ocurre cuando un hombre renace, y esta transformación ocurre en el, Romanos 8:23); ni tampoco nace de nuevo su mente (que debe ser renovada espíritu del hombre. El cuerpo del hombre no nace de nuevo (pero será redimido cuando Jesús regrese, Romanos 12:2). No, es el espíritu del hombre lo que es transformado instantáneamente por el poder y la Vida de Dios. En el momento en que una persona cree, su hombre interior se convierte en una nueva criatura.


A. Creación Nueva = Naturaleza Nueva
El pecado de Adán produjo que la humanidad recibiera una naturaleza pecadora, y es esta naturaleza la que guía al hombre al pecado y lo hace obedecer los impulsos de Satanás. Es esta naturaleza la que hace a los hombres “hijos de ira” (Efesios 2:3). El efecto del nuevo nacimiento es que esta naturaleza de pecado sea desechada y sustituida por una nueva naturaleza.

Este acto que Dios hace en nosotros es tan completo que las escrituras dicen que somos “nuevas criaturas”; no somos viejas criaturas a las que Dios “remendó” lo bastante como para que estén en su presencia; Dios no nos “arregló” nuestra antigua naturaleza sino “la destruyó” en la cruz (Romanos 6:6), y luego puso en nosotros una naturaleza nueva. Esta naturaleza no está corrompida por el pecado sino que se mueve bajo los impulsos del Espíritu de Dios.

1. Creado a su imagen
La nueva naturaleza en nosotros no se parece en nada a la antigua. La antigua naturaleza es corrompida y guiada por el pecado en tanto que la nueva es creada según Dios, en toda justicia y santidad (Efesios 4:22-24).

Cuando recibimos esta naturaleza nos convertimos en participantes de la divina naturaleza de Dios (2 Pedro 1:4). Así pues, todos los santos y rectos atributos de Dios residen en nosotros en la nueva criatura (el nuevo hombre).

Somos hijos de nuestro Padre Dios porque Él ha hecho que seamos internamente recreados a Su misma imagen; nuestros espíritus están revestidos de toda Su justicia y todas Sus santas características.

2. Recreación completa
El trabajo de nuestra recreación interna es completa (Colosenses 2:9-10); Dios ya ha hecho todo lo que necesitaba hacer en nosotros para que seamos nuevas criaturas. Pablo no dice que los creyentes se estén “transformando” en nuevas criaturas sino más bien dice que ya son nuevas criaturas. Si una persona no es una nueva criatura esa persona no está en Cristo y no es un hijo de Dios. Solo las nuevas criaturas pueden reclamar el derecho de ser llamados “hijos de Dios”. Así pues cualquiera que haya nacido de nuevo ya es una nueva criatura. Esta es una realidad para el presente y no una esperanza para el futuro.


B. La falacia de la doble naturaleza
Al hablar del nacimiento de la nueva criatura (nuevo hombre), es muy importante entender que la vieja naturaleza (viejo hombre) ha muerto y ha sido quitada. Si cualquier persona está en Cristo las cosas viejas (el hombre viejo) han pasado y las cosas nuevas (el nuevo hombre) han llegado (2 Corintios 5:17). Las escrituras muestran claramente que la llegada de lo nuevo se hace posible porque las cosas viejas pasaron.

Ningún hombre puede tener las dos naturalezas a la vez; según ya hemos dicho uno es un hijo de Dios o un hijo del diablo, no hay términos medios (Mateo 12:30). Puesto que la antigua naturaleza hace a un hombre hijo del diablo y la nueva naturaleza lo hace hijo de Dios, es obvio que ambas no pueden coexistir en una persona. Estas dos naturalezas se excluyen mutuamente.

Desafortunadamente hay muchos con la errónea impresión de que el nuevo nacimiento implanta en nosotros una nueva criatura sin quitar la vieja; así se piensa que el nuevo hombre y el viejo hombre coexisten mano a mano dentro de nosotros. Esta clase de enseñanza está pronta a reconocer la nueva criatura en Cristo, pero no comprende que la vieja naturaleza ha muerto y ha sido removida por el trabajo de Cristo en la cruz.

1. El “estado miserable” de Pablo
Con frecuencia se cita el pasaje en Romanos 7:14-24 para sustentar esta idea de la “doble naturaleza”. Aquí Pablo nos habla de su estado antes de la regeneración, afirmando que él estaba vendido a la esclavitud del pecado. Nos relata la batalla interior de un judío que desea respetar los mandamientos de Dios pero que no puede por el pecado que reina en su cuerpo mortal.

Se ha creído que esto es una descripción de la batalla interna entre las “dos naturalezas” que supuestamente moran en todos los creyentes. La gente que erróneamente cree esto, se identifica con el grito de Pablo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).

2. La libertad del pecado que tiene el hombre renacido
Al leer Romanos capítulo 6 se hace evidente que en el pasaje anterior (7:24) él no hablaba de sí mismo como de un nacido de nuevo, puesto que todo creyente está libre del poder del pecado por medio de la muerte de Cristo en la cruz (leer Romanos 6). El cuerpo de pecado al que Pablo se refiere en el capítulo 7 es el viejo hombre antes de ser quitado y sustituido por una nueva naturaleza. Una persona “renacida” ya no tiene la antigua naturaleza dentro de sí (Romanos 6:6).


C. ¿Madurez al instante?
El hombre es un ser trino, constituido por un espíritu, un alma y un cuerpo. El espíritu del hombre es aquello con lo que se comunica y con lo que responde a Dios (Juan 4:24); a veces se le llama el “hombre interno” (2 Corintios 4:16) o “el interno, el del corazón” (1 Pedro 3:4).

El alma del hombre incluye su mente y sus emociones. Estas dos entidades, el espíritu y el alma, residen en un cuerpo. Aunque a veces el término alma se usa para incluir ambos, espíritu y alma, y así distinguirlos del cuerpo, las escrituras hacen una clara distinción entre ellos (1 Tesalonicenses 5:23; Hebreos 4:12). No son una y la misma entidad.

Cuando un hombre nace de nuevo, es su espíritu lo que se convierte en una nueva criatura, al experimentar un cambio instantáneo. Esto no es un proceso. La transformación del espíritu ocurre en el mismo momento en que el hombre cree que Jesús es el Señor. Sin embargo, no se puede decir lo mismo respecto a la mente y al cuerpo de ese hombre; según ya hemos dicho la mente del hombre no nace de nuevo, ni nace de nuevo su cuerpo. La mente del creyente debe ser renovada y su cuerpo sujeto a control.

1. La necesidad de transformarse
El llamado de Pablo para cada uno de nosotros a “transformarnos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). El nos dice que esta transformación ocurre a como miramos la nueva criatura interior en que nos hemos convertido (2 Corintios 3:18). En Efesios, Pablo se refiere a esta transformación externa que ocurre de conformidad con el hombre interior como “creciendo en Cristo” (Efesios 4:14-15).

Es importante que nos demos cuenta que el ser una nueva criatura en Cristo (que es precisamente lo que somos) no significa madurez instantánea en nuestra vida cotidiana. Lo que significa es que todo el poder y el potencial necesario para esa vida ya ha sido colocado dentro de nosotros por el nuevo nacimiento. No necesitamos rogarle a Dios que nos haga nuevos pues ya lo ha hecho. Lo que necesitamos es comenzar a vivir en la luz de lo que Dios ya ha hecho dentro de nosotros.

2. La necesidad de controlarse
Independientemente de cuán maduro sea un cristiano en su vida, siempre tendrá que controlar los apetitos de su cuerpo. El poderoso apóstol Pablo (a quien nadie se atrevería a llamar inmaduro) dijo que él golpeaba su cuerpo y lo ponía en servidumbre, bajo control (1 Corintios 9:27). El cuerpo (a veces llamado carne) debe ser controlado, y puede ser controlado cuando el creyente permite que su hombre interior recreado domine a su cuerpo.


LA PRESENCIA INTERNA DE DIOS

Es hasta que se establece la justicia dentro de nosotros y que hemos sido recreados (nacidos de nuevo) que Dios puede satisfacer el deseo de su corazón; tener amistad con nosotros y habitar en nosotros por medio de la persona del Espíritu Santo. La culminación de la justificación y del nuevo nacimiento es que el Padre y el Hijo entran en los creyentes y permanecen (moran) en ellos (Juan 14:23).

El Espíritu Santo no puede cohabitar con el pecado y por ello el hombre tuvo que ser renacido internamente, hecho una nueva criatura. Después de esto pudo el Espíritu Santo venir y habitar dentro de nosotros. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios...” (1 Corintios 6:19). Con el Espíritu de Dios habitándonos podemos tener una dulce amistad con Dios y con Su Hijo, de acuerdo a la promesa de Jesús: “...entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).


A. El Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento
Bajo el Antiguo Pacto el Espíritu de Dios no moraba en los hombres como lo hace en el Nuevo Pacto; esto era imposible pues el pecado aún no había sido quitado. Dios ungía a los creyentes del Antiguo Testamento al hacer que su Espíritu “viniese sobre” ellos (Jueces 3:10; 6:34; 1 Samuel 16:13). Los hombres escogidos por Dios para servirle eran ungidos y se les daba poder cuando el Espíritu de Dios “venía sobre ellos”.

1. ¿Quiénes tenían la unción de Dios?
No todos los creyentes del Antiguo Testamento tenían el privilegio de que el Espíritu de Dios viniera sobre ellos. Generalmente se reservaba solo para el rey (o el juez), el profeta y el sacerdote (1 Samuel 10:6; 2 Crónicas 15:1; Éxodo 28:1, 41). Estos eran hombres selectos de la nación de Israel a quienes Dios escogió para llevar a cabo Su voluntad.

Los sacerdotes eran solo de una de las doce tribus (la tribu de Leví) y de esa tribu solo los miembros de una familia podían ministrar como Sumo Sacerdote ante el Señor (esta era la casa de Aarón). El rey era un hombre de la propia escogencia de Dios (Deuteronomio 17:15), y solo los descendientes de esa familia real podían reclamar el privilegio de la unción de Dios. Los profetas eran escogidos por Dios según los veía adecuados y eran ungidos para proclamar el mensaje de Dios a Su pueblo (Jeremías 1:5).

Así pues, solo sobre este grupo específico de gente (rey, profeta y sacerdote) era que el Espíritu de Dios descansaba. No era todo creyente en el Antiguo Testamento el que podía reclamar este privilegio.

2. ¿Dónde estaba la presencia de Dios?
Cuando Dios le ordenó a Moisés que construyese el Arca del Pacto, le dijo que sería desde ese lugar que Él manifestaría su presencia al pueblo (Éxodo 25:21-22). Durante todos los viajes de los hijos de Israel se identificó al Arca del Pacto con la presencia de Dios, ahí donde estaba el Arca, ahí estaba Dios.

Cuando los israelitas tomaron posesión de la tierra prometida, pusieron el Arca y el Tabernáculo en un lugar llamado Silo (Josué 18:1). Después de eso, cuando los hombres querían oír de Dios o rendirle culto iban a Silo (1 Samuel 1:3), ya que era ahí donde se manifestaba la presencia de Dios.

Al trasladar David el Arca a la ciudad de Jerusalén, la presencia de Dios se trasladó con ella. Dios declaró que Jerusalén era Su ciudad, escogida por Él como Su habitación (Salmo 132:13-14). Pero esto no significa que Dios necesite un edificio para morar. El mismo Salomón dijo, mientras dedicaba el templo “He aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener” (2 Crónicas 6:18). Pero Dios escogió mostrar la gloria de Su presencia en ese lugar, en el templo de Jerusalén (2 Crónicas 7:1-2).

La presencia del espíritu de Dios no estaba completamente separada del pueblo, pero, para que ellos pudiesen participar en adoración espiritual, tenían que ir desde sus lugares al templo en Jerusalén. Fue ahí donde Dios escogió manifestar la presencia de Su Espíritu.


B. La promesa de Dios
De lo que acabamos de leer vemos que el Espíritu de Dios no estaba sobre todos los hombres, sino solo sobre unos pocos. Más aún, los hijos de Israel tenían que venir a donde estaba el Arca para adorar a Dios. ¡Pero Dios nos tenía reservadas cosas mejores! “y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos sonarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29). Ya el Espíritu de Dios no estará reservado para unos pocos escogidos: Dios derramará de su Espíritu sobre toda carne (aún los esclavos serán candidatos para recibir el Espíritu de Dios).

Sin embargo, en este derramamiento, el Espíritu no estará sobre la gente sino dentro de ellos. “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu” (Ezequiel 36:27). Antes de Su muerte y Su resurrección Jesús les dijo a Sus discípulos que el Espíritu que en ese entonces estaba con ellos pronto estaría en ellos (Juan 14:17). Durante la muerte de Jesús esto fue ilustrado con propiedad al rasgarse el velo de arriba abajo; este velo separaba a la gente de la presencia de Dios que estaba dentro del lugar Santísimo, y el rasgarse significa que el Espíritu de Dios ya no está más en un edificio sino que reside en los hombres.


C. El Espíritu de Dios en el Nuevo Testamento
A diferencia del Antiguo Pacto, en el Nuevo Pacto se da la presencia interna del Espíritu de Dios en todo creyente (no en unos pocos). Cualquier hombre que ha nacido de nuevo (que es una nueva criatura) tiene al Espíritu de Dios morando dentro de él. De hecho, es el Espíritu de Dios lo que nos asegura nuestra redención. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). Más aún, si un hombre no tiene al Espíritu de Dios morando en su interior no es salvo: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9).

Todo creyente nacido de nuevo tiene al Espíritu de Dios habitando dentro de él. Cuando un hombre es justificado ante Dios por la Sangre de Jesús y se convierte en una nueva criatura, Dios ya puede venir y morar dentro de él. No necesitamos ir a Jerusalén para adorar a Dios y sentir su presencia. Ahora podemos adorarlo en espíritu y en verdad (Juan 4:20-23) porque ahora nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo.

Es importante que los creyentes entiendan la gran diferencia entre los santos del Antiguo Pacto y los santos del Nuevo Pacto. Los hombres escogidos en el Antiguo Pacto tenían al Espíritu de Dios “viniendo sobre” ellos, lo cual es muy distinto a tenerlo viviendo “dentro” de la persona. Lo que nos distingue de los hombres del Antiguo Testamento es que hemos sido hechos nuevas criaturas. Solo en la nueva criatura, santa y sin mancha ante Dios, puede venir a morar el Santo Espíritu de Dios.

Fue por esto que Jesús dijo que aunque Juan el Bautista era el mayor profeta del Antiguo Pacto (mayor que Moisés, Elías, Eliseo, etc.), el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él (Mateo 11:11).


SUMARIO.
EL NACIMIENTO NUEVO, RADICAL Y SOBRENATURAL

El nuevo nacimiento es exclusivamente la obra de Dios por su Santo Espíritu; la única parte que nosotros hacemos es creer en el Señor Jesucristo. Lo que separa al cristianismo de cualquier otra religión o forma de creencia en el mundo es el milagro de transformación que ocurre en el interior de todos los que creen. Hay religiones que tratan de cambiar la conducta del hombre lo suficiente como para producir un cambio en su corazón, pero solamente la fe en Jesucristo puede producir un cambio en el corazón del hombre, y solo este cambio puede alterar su conducta.

El Nuevo Nacimiento no ocurre como un resultado de obras ni de acciones sino como un resultado de la fe en Cristo; no es una obra de la carne sino una obra del Espíritu. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
Los cambios radicales producidos al nacer de nuevo son:

Pasas de muerte a vida (1 Juan 5:24).

Eres librado de la autoridad de las tinieblas y trasladado al reino del Hijo de Dios (Colosenses 1:13).

Recibes Vida Eterna, la naturaleza de Dios (Colosenses 3:9-10).

Eres hecho una nueva criatura, las cosas viejas pasan y llegan cosas nuevas (2 Corintios 5:17).

Tienes la presencia interna del Espíritu de Dios (1 Corintios 6:119).


LA NUEVA CREACIÓN - PREGUNTAS DE ESTUDIO

¿De qué manera simbolizó el Antiguo Testamento el nuevo nacimiento?

¿Qué versículo habla que debo recibir y creer en Jesús para ser llamado hijo de Dios?

¿Qué te reveló Dios en Gálatas 2:20?

¿Cuándo nacemos de nuevo, qué es lo que no renace? Escribir el respaldo bíblico.

Después del nuevo nacimiento ¿Qué es lo que sigue ó que debemos hacer?

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