Enseñanza básica
INTRODUCCIÓN
E. W. Kenyon ha definido la justificación como “La capacidad de estar en la presencia de Dios Padre sin sentimiento de culpa ni de inferioridad”. Una persona justa es aquella que tiene “una posición correcta ante Dios”. Sin la justificación, la amistad con Dios es imposible. Adán fue creado con esta clase de posición; pero después de su desobediencia, tuvo miedo ante Dios por culpa del pecado que ya entonces estaba en él (Génesis 3:10). El ya no estaba en posición correcta ante Dios, así que la amistad había sido destruida.
Antes de que se pudiera reestablecer la amistad con Dios era necesario sustituir el pecado con justicia. De eso se trata la historia de la redención hecha por Dios: Dios quitó del hombre el pecado que lo separaba de Dios y lo sustituyó con Su propia justicia. El cómo logró Dios esto y cómo se mantuvo justo al hacerlo nos es revelado en el mensaje del “evangelio” (buenas nuevas) del Nuevo Testamento.
Durante muchos años se ha predicado el evangelio como una revelación de pecado. Los predicadores han gastado grandes cantidades de tiempo diciéndonos del mal que hay en el hombre. Sin embargo, en su carta a los Romanos, Pablo nos muestra que el evangelio, en vez de ser una revelación del pecado, es una “revelación de justificación”. Nos explica como Dios puso Su justicia al alcance del hombre por medio de la fe en Jesucristo (Romanos 1:16-17).
Los creyentes deben profundizar su comprensión de esta revelación. Dios les ha impartido su propia justicia y por lo tanto pueden estar correctamente ante Él. El deseo de Dios es que sepamos esto también, que podamos “...acerquémonos, pues confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16), a la misma presencia de Dios, liberados del miedo que experimentó Adán después de pecar.
LA GRAN NECESIDAD DEL HOMBRE
Cuando estudiamos la redención del hombre por Dios es de vital importancia que entendamos de qué es que fuimos redimidos. Pablo le dijo a los Efesios que antes de ser salvos eran, por naturaleza, hijos de ira (Efesios 2:3); les dijo que estaban sin esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:12). El hombre estaba bajo la potestad de las tinieblas y necesitaba ser liberado (Colosenses 1:13). Según veremos, solo Dios pudo lograr esta liberación.
A. El hombre antes de la caída
Cuando Dios creó a Adán lo creó sin pecado y sin defecto. A Su propia imagen (Génesis 1:27), y sopló en él Su propio Espíritu (Génesis 2:7). Adán fue una creación perfecta (Génesis 1:31), capaz de estar en la presencia de Dios sin miedo ni culpabilidad y disfrutando de amistad con Él.
1. Creado a imagen de Dios
Adán fue hecho a la imagen de Dios lo que lo separó de todas las otras criaturas que Dios había creado. Él era a la imagen de Dios puesto que fue creado un ser espiritual (Génesis 1:27). Dios es espíritu y sólo puede tener amistad con seres semejantes a Él; así que hizo al hombre un poco menor que a Sí mismo, un ser espiritual con el cual pudo tener amistad.
2. Gobernador en representación de Dios
Adán fue una criatura con autoridad pues Dios le dio señorío sobre todas las obras de Sus manos (Génesis 1:26, 28). Hasta ahora no hemos apreciado correctamente lo extenso de su dominio. David dijo:
Le has hecho poco menor que los ángeles,
Y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las obras de Tus manos;
Todo lo pusiste debajo de sus pies.
Salmo 8:5-6
Adán era el gobernador en representación de Dios en la tierra, y tenía la responsabilidad de cuidarla.
3. El libre albedrío
Adán fue hecho con libre albedrío: tenía la prerrogativa de obedecer o desobedecer a Dios. El árbol prohibido fue puesto en el huerto (Génesis 2:9) para asegurarse que Adán que Adán tuviese esta libertad; sin ella sería poco más que un robot que obedecería a Dios simplemente porque no tenía otra opción.
El Nuevo Testamento nos revela que desde antes de la fundación del mundo Dios quería una familia (Efesios 1:4-5), y fue por eso que nos llamó a estar en amistad con Él y con Su Hijo (1 Corintios 1:9; 1 Juan 1:3). Así pues, Él creó un ser como Él (a su imagen) y le dio señorío y libre albedrío. Con tal criatura Él podría tener amistad.
B. El hombre después de la caída
Dios le dijo a Adán que si desobedecía y comía del fruto prohibido, moriría el mismo día que lo hiciese (Génesis 2:17). Con sólo leer el texto bíblico notaremos que Dios no se refería a una muerte puramente física, puesto que Adán siguió viviendo corporalmente después de su desobediencia. El efecto inmediato del primer pecado fue interno; la manifestación externa del efecto interno ocurrió hasta novecientos treinta años más tarde (Génesis 5:5).
1. Muerte espiritual
La muerte a que Dios se refería era una muerte espiritual. La entrada del pecado en Adán acarreó su separación de Dios quien es la fuente de toda vida, “porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Los efectos de esta corrupción de la naturaleza adámica se manifestaron de inmediato: Adán trató de esconderse de la presencia de Dios (Génesis 3:8). La injusticia que recayó sobre Adán como resultado de su desobediencia, le hacía imposible presentarse libremente ante Dios.
2. La herencia
Los efectos de la desobediencia de Adán van muchísimo más allá de las vidas de Adán y Eva. En el Nuevo Testamento se nos informa que por Adán, todos morimos espiritualmente. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). Por el pecado de un hombre la muerte (es decir, la muerte espiritual) entró en el mundo y pasó a todos los hombres (Romanos 5:12). Todos los hombres hemos heredado la muerte espiritual de Adán pues nacemos a semejanza e imagen de Adán (es decir, de naturaleza caída como nació Set) (Génesis 5:3).
Luego, como resultado de la trasgresión de Adán la maldición del pecado pasó a toda la raza humana. David estuvo tan consciente de esta maldición que, en su oración de arrepentimiento, afirmó: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).
C. La incapacidad del hombre de ayudarse a Sí mismo
No sólo la muerte espiritual pasó a todos los hombres, sino que también dejó al hombre sin poder para vencer esta condición interna. La criatura que Dios había creado para mandar se convirtió en esclava del pecado incapaz de romper sus cadenas y de restaurarse a la amistad con Dios. Ninguna cantidad de buenas obras podría jamás restablecer la posición correcta ante Dios que tuvo Adán antes de la caída. Ahora, por naturaleza, el hombre es una criatura injusta.
“Por cuanto todos, pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Pablo nos dice que no hay ninguno justo; ni aún uno (Romanos 3:10). Aquellos que intentan establecer su propia injusticia por medio de buenas obras están destinados al fracaso y pueden muy bien gritar como lo hizo Pablo antes de su conversión: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).
LA RESPUESTA DE DIOS A LA NECESIDAD DEL HOMBRE
Cuando el hombre cayó y se perdió en injusticia Dios no dejó de amarlo. Si ese hubiese sido el caso, Dios nunca hubiera dispuesto ningún camino de salvación. El amor de Dios por el hombre era muy grande para dejarlo ir a la destrucción sin hacerle posible un camino de liberación.
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”. El hombre no tenía esperanza de recobrar aquella posición de estar rectamente ante Dios que Adán disfrutó originalmente; Dios por Él mismo, tendría que hacerlo para el hombre.
A. Jesús, la solución de Dios
La redención del hombre por Dios gira alrededor de la persona de Su Hijo, Jesús. Jesús fue el plan divino para nuestra redención desde el puro principio, Él es el Redentor prometido que habría de herir (aplastar) la cabeza de la serpiente (Génesis 3:15). Desde el día de la caída del hombre, Dios no tuvo otro Redentor en mente que a Jesús, y es por eso que se menciona a Jesús como “El Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).
1. ¿Falló el Antiguo Pacto?
Algunas personas tienen la impresión incorrecta de que el Antiguo Pacto fue un plan de redención que Dios intentó, pero que no funcionó. Estas personas consideran que Jesús es un plan alterno que Dios decretó después del fracaso del primero.
No obstante, el Antiguo Pacto nunca se instituyó como una manera por la cual Dios liberara al hombre de la esclavitud del pecado y de la injusticia; y las escrituras son muy claras en este respecto.
“Porque la sangre de toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4).
”Porque la ley (es decir, el antiguo pacto) ...nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1).
Dios nunca planeó que los rituales y regulaciones del Antiguo Pacto fuesen un medio para la redención del hombre.
2. La Expiación en el Antiguo Pacto
La expiación en el Antiguo Pacto estaba sobre la base del sacrificio de Jesús ya que todos los sacrificios de animales de ese pacto anticipan la muerte de Jesús, y fue sobre esta base que Dios pasó por alto las transgresiones cometidas bajo el primer pacto (Romanos 3:25; Hebreos 9:15).
B. Los Símbolos del Antiguo Testamento señalan hacia Jesús
Según hemos estudiado, las escrituras del Antiguo Testamento apuntan hacia Jesús. Dios instituyó los sacrificios de animales para el perdón de los pecados con el propósito de simbolizar que Jesús vendría y se sacrificaría a Sí mismo por nuestros pecados; “...y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).
En el calendario Judío, el día más significativo para la expiación de los pecados es el día de la expiación (Yom Kippur). Era en este día que el Sumo Sacerdote hacía sacrificio por los pecados del pueblo.
Lea Levítico 16:1-28. La ofrenda por los pecados mencionada en este pasaje simboliza al Señor Jesús. Nótese que incluía no uno sino dos machos cabríos.
1. La sangre
Se debía matar al primer macho cabrío y rociar su sangre sobre el propiciatorio para la expiación por el pecado (Levítico 16:15). Derramar sangre significaba que algo había muerto (Levítico 17:11). Así pues, Dios usó esta sangre como un recordatorio visual para los Judíos de que sus pecados habían producido muerte (Levítico 1:5; 3:2, 8; 4:5-7; 5:9).
2. El macho cabrío de la expiación
El segundo macho cabrío se le presentaba vivo a Aarón, quien poniendo las manos sobre su cabeza confesaba sobre él todos los pecados del pueblo. Así, el segundo macho cabrío se convertía en un portador de los pecados por el pueblo. “Y aquel macho cabrío (el de la expiación) llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra deshabitada” (Levítico 16:21-22).
C. El cumplimiento de los símbolos del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento
Los rituales descritos en Levítico 16 simbolizan el sacrificio de Cristo. Así como había dos animales en la ofrenda por los pecados, la redención por medio de Cristo es de dos maneras.
1. El derramamiento de sangre
Jesús derramó Su sangre para limpiarnos y perdonarnos nuestros pecados “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
2. La identificación con el pecado
Jesús fue identificado con nuestros pecados, los llevó y llevó el castigo por ellos, de modo que nosotros no tuviéramos que llevarlo. “Al que no conoció pecado (Jesús), por nosotros lo hizo (Dios) pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
D. La sangre de Jesús lavó el pecado
Aún antes de morir Jesús aclaró que la remisión de los pecados sólo se lograría con el derramamiento de Su propia sangre (Marcos 14:24). Su sangre fue el precio pagado para redimirnos para Dios (1 Pedro 1:18-19).
La sangre de Jesús hizo algo que la sangre de los animales nunca podría hacer, puesto que la sangre de los sacrificios animales sólo tenía efectos temporales y externos (Hebreos 9:9-10; Hebreos 10:1-3). Pero la sangre de Jesús tiene un efecto permanente e interno (Hebreos 9:12, 14); fue Su sangre la que nos lavó de nuestros pecados (Apocalipsis 1:5), santificándonos y dejándonos sin mancha ante el Padre.
1. La sangre de Jesús habla por nosotros
La sangre de Jesús habla y nos respalda hoy. En Hebreos 12:24, se nos dice que debemos venir a “...la sangre rociada (es decir, la de Jesús) que habla mejor que la de Abel,
Dios le dijo que la sangre de Abel clamaba a Él desde la tierra (Génesis 4:10).
La sangre de Abel habla de condenación pero la sangre de Jesús habla de perdón y de redención. ¡La sangre de Jesús está, en este preciso instante, hablando de perdón por ti, diciéndole a Dios que el precio de tus pecados ya ha sido pagado!
2. La sangre de Jesús es nuestro recibo
El derramamiento de sangre hecho por Jesús significa que derramó su vida por nosotros (Levítico 17:11). La paga del pecado es muerte y alguien tenía que pagar ese precio, ya sea nosotros o alguna otra persona en representación nuestra. Jesús pagó ese precio por nosotros y Su sangre es nuestro recibo de que esa deuda ha sido cancelada.
E. La identificación de Cristo con el hombre
Jesús fue identificado (por Dios) con el pecado de la humanidad y se convirtió en el portador del pecado para la humanidad. Aunque Él era sin pecado, Dios le imputó todo nuestro pecado (esto es, lo cargó a Su cuenta), y Jesús sufrió el castigo por este pecado (2 Corintios 5:21). Tal y como el macho cabrío de la expiación llevaba los pecados de los Israelitas, y era llevado a lugar desierto así Jesús llevó nuestros pecados y fue separado de la presencia de Dios (Marcos 15:34; Hechos 2:27; Romanos 10:7).
No fue que Jesús simplemente llevó el castigo por el pecado: Él llevó el pecado mismo. “Más Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6, 12). Él murió bajo el juicio de Dios y fue al lugar reservado para los espíritus de los que ya han partido denominado Hades (Hechos 2:27) o el abismo (Romanos 10:7), en donde estuvo separado de Dios (Marcos 15:34). Así pues, el sufrimiento de Jesús fue mucho más intenso que el mero sufrimiento físico.
1. Representado en Su muerte
Cuando Jesús murió en la cruz, todo lo que nos había apartado de Dios murió con Él. Al pecado que moraba en nuestros espíritus y nos separaba de Dios le fue asestado un golpe mortal en la cruz. “...nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido” (Romanos 6:6).
El viejo hombre al que se refiere Pablo es nuestra naturaleza antigua y espiritualmente muerta. Pablo estaba tan definitivamente convencido de que él estuvo representado en la muerte de Cristo que podía decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gálatas 2:20) con lo cual quería decir: “¡La naturaleza de pecado (el viejo hombre) que me separaba de Dios murió cuando Jesús murió!”
2. Representado en Su resurrección
No solamente estuvimos representados en la muerte de Cristo, si no que también estuvimos representados en Su resurrección. Dios “nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó y así mismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:5-6).
El propósito para que Cristo se convirtiera en pecado por nosotros fue que nosotros pudiésemos ser hechos la justicia de Dios. A Jesús se le imputaron nuestros pecados de modo que a nosotros se nos pudiera imputar Su justicia.
F. ¿Cómo pudo Dios mantenerse justo al justificar?
Al redimir al hombre, Dios tuvo que hacerlo de modo que fuese consistente con Su carácter. Si Dios simplemente nos hubiera “roto las cadenas” y pasado por alto nuestros pecados, habría comprometido Su naturaleza justa, haciéndose cómplice del pecado de Adán. Dios es Santo y Justo y, como tal, debe imponer justo castigo a todo pecado. De modo que la ira de Dios estaba justamente dirigida contra el hombre, pues por naturaleza el hombre era una criatura pecadora (Romanos 3:23).
Pero la Biblia dice que Dios envió a Jesús para que fuese la propiciación por nuestros pecados (Romanos 3:25; 1 Juan 2:2; 4:10). Propiciación significa “Apaciguamiento o satisfacción”. Por el sacrificio de Jesús fue apaciguada la justa ira de Dios; la ira que, por justicia, debió haber recaído sobre nosotros fue enfocada sobre Cristo mientras Él colgaba de la cruz.
1. Un sacrificio aceptable
Para ser un sacrificio aceptable, Jesús tuvo que ser un hombre “sin pecado”. Hubiese El pecado en cualquier instancia de Su vida y Su muerte hubiese sido por Sus pecados, no por los nuestros. Antes de que Jesús pudiese ser considerado un sacrificio sin mancha, tenía que ser tentado de todas formas como lo somos nosotros, y aún así no pecar. Esta es la razón por la que Jesús tuvo que ser un hombre.
Si Dios (un espíritu eterno) simplemente hubiera aparecido en el escenario sin convertirse en hombre, nunca hubiera sido vulnerable a las tentaciones, pues “Dios no puede ser tentado por el mal” (Santiago 1:13). Solo el hombre puede ser tentado, por tanto Jesús se hizo hombre.
La Biblia afirma que Jesús fue tentado en todo y, sin embargo, nunca sucumbió (Hebreos 4:15); siempre obedeció a Dios. De hecho, Jesús vivió toda su vida de acuerdo con los preceptos de la Ley Mosaica; luego, cuando fue conducido al Calvario, Él ciertamente era “un cordero sin mancha ni contaminación” (1 Pedro 1:19).
2. Un hijo de Adán obediente hasta la muerte
Jesús siempre se refirió a Sí mismo como “El Hijo del Hombre” (Mateo 11:19; 16:13); Él no fue un espíritu etéreo que flotó alrededor de la tierra por treinta y tres años; Él fue un ser humano de carne y hueso “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado; y palparon nuestras manos tocante al Verbo de Vida” (1 Juan 1:1).
A Jesús se le llama “el postrer Adán” (1 Corintios 15:45; Romanos 5:14) porque vino a deshacer lo que el primer Adán había hecho; el primer Adán cayó porque desobedeció a Dios, el postrer Adán (Jesús) obedeció a Dios “en todo aspecto”, haciéndose obediente hasta la muerte (Filipenses 2:8). La obediencia de Jesús en el Jardín de Getsemaní deshizo lo que la desobediencia de Adán había hecho en el Jardín del Edén.
3. Divinidad
No obstante, una cualidad necesaria para que Jesús llevara los pecados del mundo entero y para que su sacrificio fuese suficiente por todos los pecados de los hombres, era que fuese “Dios”. Solo Dios pudo llevar sobre Sí mismo los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2). Solo la vida de Dios es suficientemente valiosa como para comprar a toda la raza humana.
Además, vemos a Jesús afirmando su divinidad constantemente. “Yo y el Padre uno Somos” (Juan 10:30); “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese Yo Soy” (Juan 8:58). En este último versículo Jesús usó, para describirse a sí mismo, la misma expresión que Dios le dijo a Moisés: “Yo soy El que soy” (Éxodo 3:14).
4. Verdadero Dios y Verdadero Hombre
Para ser un representante inmaculado de la humanidad (que vivió sin pecado) y ser suficientemente valioso para pagar el precio por todos los pecados del hombre, nuestro Redentor tenía que ser hombre y Dios a la vez. ¡Y esto es exactamente lo que fue Jesús! Él fue verdadero Dios y verdadero hombre en un solo ser.
¿Cómo puede una persona ser hombre y Dios? Dios lo logró a través del nacimiento virginal. Jesús nació cuando el Espíritu Santo cubrió con su sombra a una virgen llamada María y la hizo concebir (Lucas 1:35). Este fue un evento “sobrenatural”. ¡Jesús nació de mujer (Gálatas 4:4), pero fue concebido por el Espíritu de Dios Todopoderoso (Mateo 1:18-20)! Así pues, Él era verdadero hombre y verdadero Dios simultáneamente.
“E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).
La paga por nuestros pecados era la muerte, pero Dios consideró la muerte de Su inmaculado Hijo Jesús como suficiente para pagar la deuda de pecado que todos nosotros debíamos. Según hemos visto, Jesús fue un valioso sustituto nuestro, de modo que Dios pudo permanecer “...justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26). Nuestros pecados no fueron pasados por alto, Él mismo pago por ellos al precio de su propio Hijo.
LA JUSTIFICACIÓN: un regalo gratis
Según hemos dicho, lo que motivó a Dios para poner a nuestra disposición Su propia justicia fue Su gran Amor. Dios no estaba en ninguna manera obligado a redimir al hombre del embrollo en que se había metido. El hombre era responsable por la caída, no Dios. Dios hubiera estado perfectamente justificado si dejaba a la humanidad cargar con el castigo por su iniquidad.
El hecho de que Dios no deja al hombre ir hacia su destrucción sino que le hiciese viable un camino de salvación, al precio de Su propio Hijo, es un testimonio de Su “Gracia y Misericordia eterna” (Efesios 2:7). Dios no nos trató de acuerdo a nuestros pecados, sino que trató con Su Hijo de acuerdo a nuestros pecados, ofreciéndonos de esta forma el regalo gratuito de la justificación. Dios vio que el hombre no tenía posibilidades de reestablecer la posición correcta ante Él, de manera que Él la reestableció por nosotros.
A. No es por obras
Pablo le escribió a Tito que fuimos salvados por la misericordia de Dios y no por nuestras obras de justicia (Tito 3:5). Para muchos, este es un hecho muy difícil de aceptar. No hay nada que un hombre pueda hacer que le dé el valor, por sus propios méritos, de estar en posición correcta ante Dios. Esta es la gran verdad que los judíos no podían comprender.
La Biblia dice que los judíos no lograron estar en justicia “...porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, así pues tropezaron en la piedra de tropiezo (esto es Jesús)” (Romanos 9:32). La justicia sólo se puede lograr por la fe en Cristo Jesús; las buenas obras nunca harán a nadie justo, nunca justificarán a nadie.
1. La Ley
La ley (a saber, los mandamientos dados por Moisés) no fue establecida como un camino para que el hombre recibiera justificación, pues “...por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).
Dios le dio la ley al hombre para mostrarle que está perdido en el pecado (Lea Romanos 7:14:24, en este pasaje Pablo describe su estado antes de ser salvo), y para mostrarle que es desesperadamente incapaz de lograr el estar con justicia ante Dios sobre la base de sus propios méritos. Pablo denominó a la ley nuestro ayo (maestro infantil) que no lleva a Cristo (Gálatas 3:24) de manera que fuésemos justificados al poner nuestra fe en el sacrificio de Jesús.
2. Auto justificación
La justicia de Dios es un regalo gratuito que no podemos ganar por méritos. Si hubiese que trabajar por ella ya no sería un regalo gratuito (Romanos 4:4-5). Cualquier justificación que se base en obras no es la justicia de Dios sino más bien una auto justificación, una justicia basada en la carne y no en el sacrificio de Jesús.
B. Justificación por fe
“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28). En esta aseveración Pablo enfatiza que solo la fe en Jesús concede justificación. Si las obras fuesen capaces de justificar a un hombre, los sufrimientos y la muerte de Cristo hubiesen sido una pérdida de tiempo (Gálatas 2:21).
La única forma de obtener un regalo gratuito es simplemente recibirlo, y el método divino para que recibamos de Él es por la fe (Hebreos 11:6).
La única forma en que cualquier hombre recibirá la justicia que Dios ha puesto a nuestra disposición es ¡recibiéndola por fe!
1. Nuestro creer
“Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4:3). Abraham no fue justificado porque fuese un buen hombre ni porque lo mereciese; fue justificado porque creyó a Dios.
Nosotros podemos estar ante Dios sin ser condenados, no porque nos hallamos labrado una posición de valía ante Él, sino porque tenemos fe en que el sacrificio de Jesús fue suficiente para eliminar el pecado. Cuando Dios ve a algún humano que no se está esforzando por establecer su propia justicia, sino que simplemente acepta el regalo gratis de Dios y cree en el todo suficiente sacrificio de Jesús, Dios le acredita Su propia, santa y pura Justicia.
2. La gracia de Dios
“Por tanto, es por fe, para que sea por gracia...” (Romanos 4:16). El hecho de que la justicia de Dios se pueda recibir solamente por fe, asegura que esa justicia es concebida completamente sobre la base del favor inmerecido de Dios y que no tiene nada que ver con nuestros actos. Nosotros somos justificados a través de la fe, solamente porque la fe es la mano que se extiende hacia arriba y recibe la provisión de la Gracia de Dios (el favor inmerecido). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8).
La fe no es una obra hacia la que un cristiano pueda señalar y decirle a Dios: “He aquí, merezco ser justificado”. Un niño al recibir un regalo de sus padres no corre a gloriarse de lo bueno que es él por la forma en que recibió el regalo; ¡él le cuenta a los otros cuán buenos y amorosos son sus papás! De manera idéntica la fe no da gloria al que recibe sino Al que obsequia el gracioso don que se recibe por fe. “El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1:31).
3. Nuestro recibir
La fe que recibe a Cristo es un acto tan simple como cuando tu niño te recibe una manzana porque se la muestras y le prometes dársela si viene por ella. El creer y el recibir se relacionan solo con una manzana, pero suman precisamente a la misma acción que la fe que se relaciona con la salvación eterna; lo que es la mano del niño a la manzana, eso es tu fe a la perfecta salvación de Cristo.
La mano del niño no hace la manzana, ni mejora la manzana, ni merece la manzana: solamente la toma. La fe fue escogida por Dios para ser el receptor de salvación puesto que la fe no intenta crear la salvación ni ayudar a lograrla, sino que modestamente se contenta con recibirla.
Charles Spurgeon – Todo por Gracia
C. Para evitar el error de los Gálatas
En su carta a los Romanos, Pablo les dice que la justicia de Dios es por fe y para fe (Romanos 1:17). Es decir la posición correcta ante Dios no es únicamente establecida por la fe, ¡sino qué es continuamente mantenida por fe! Hay muchos cristianos con la errónea idea de que una vez salvos, deben mantener su posición ante Dios haciendo buenas obras.
Este error prevalecía en la iglesia de Galacia y fue la única razón para que Pablo les escribiera una Epístola. La clase de sentimientos tan fuertes que él tuvo sobre este asunto se hacen clarísimos por la forma cómo les habla: “¡Oh Gálatas insensatos! (es decir: necios) ¿Quién es fascinó...?” (Gálatas 3:1). Una lectura cuidadosa del libro a los Gálatas revela que Pablo les escribió con mayor severidad que a la misma iglesia de Corinto (la que era notable por su carnalidad e inmoralidad). Pablo sabía que este error golpeaba el mismo corazón del cristianismo y por ello les trató con tanta severidad.
“¿habiendo comenzado por el Espíritu , ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3:3). Los Gálatas fueron persuadidos a creer con engaño que para mantener su posición ante Dios tendrían que respetar los preceptos y mandamientos de la Ley Mosaica (es decir, hacer buenas obras). Pablo se refiere a ese tipo de enseñanza como “otro evangelio”, totalmente contrario al que él les había predicado; y sigue diciendo que cualquiera que tal mensaje predique sea anatema (Gálatas 1:8).
1. Continuemos en la gracia
Nuestra relación continua con Dios se basa en la misma gracia que nos condujo a la salvación. Fuimos salvados por gracia y ahora nos mantenemos ¡en el mismo favor inmerecido! A través de Jesús “...tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Romanos 5:2).
No eres más justo y aceptable a la vista de Dios hoy que lo eras el día de tu salvación. En ese entonces no merecías el favor de Dios, y ¡no lo mereces ahora! El favor de Dios nunca podrá ser ganado por el hombre. Tu estar con justicia ante Dios se basa en el hecho de que creíste en la suficiencia del sacrificio de Jesús.
2. Recibamos perdón
Si después de ser salvos sucumbimos y tropezamos en alguna clase de pecado, nuestro perdón se basa en los mismos principios que nuestra salvación, a saber: confesión y fe. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Cuando tropezamos Dios nos perdona basado en lo mismo que se basó para redimirnos: ¡La Gracia! La idea de la penitencia (hacer algunas obras para pagar los pecados) fue concebida porque los hombres pensaron que podían hacer algo para ganar el perdón de Dios. La penitencia es simplemente la carne diciendo: ¡No necesito la gracia de Dios, puedo ganar su perdón! Pero la Biblia dice: “A fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:29).
LOS EFECTOS DE LA JUSTIFICACIÓN
“El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17). Cuando Dios nos dio Su justicia, nos restauró al estado de rectitud que disfrutó Adán antes de la caída. Y esa “posición correcta ante Dios” tiene un profundo efecto sobre la persona.
La justificación le devuelve al señorío que le entregó Dios a Adán al principio.
La justificación le restablece el vivir sin miedo, que Adán perdió por su caída (Génesis 3:10).
La justificación le capacita a venir ante la presencia de Dios sin ningún sentimiento de culpa, inferioridad o de condenación.
A. En paz con Dios
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Una vez que el pecado que nos separaba de Dios ha sido quitado de en medio se puede establecer una relación sin miedo entre nosotros y Dios. Es esta la amistad que Dios quiso al crear a Adán y a la que nos predestinó en Amor antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4-5).
1. Jesús quitó la barrera del pecado
Ya no hay una barrera entre Dios y nosotros. Más aún, se nos estimula a venir confiadamente al lugar santísimo, es decir, a la misma presencia de Dios (Hebreos 4:16; 10:19). En el Antiguo Pacto, la presencia de Dios era algo terrorífico, y el Sumo Sacerdote sólo entraba al lugar santísimo una vez al año y después de preparativos muy elaborados (Levítico 16:33-34).
Pero nosotros estamos bajo un pacto mejor que el de ellos, ya que Jesús nos abrió el camino a la presencia de Dios. Podemos venir libremente y sin ningún miedo (Hebreos 10:19-20).
2. Libre acceso a la presencia de Dios
La exhortación que nos hace la escritura es que vengamos libremente a la presencia de Dios “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Hebreos 10:22). Dios no se complace cuando aquellos a quienes ha redimido, justificado y santificado por medio de la sangre de Su Hijo se mantienen lejos de Él por miedo. Él nos está llamando a “acercarnos” porque nos ve santos y sin mancha (Efesios 1:4).
Somos justos ante Dios y por ello Él está en paz con nosotros. El pecado y la condenación que hicieron que Adán tuviese miedo han sido quitados (Romanos 8:1) de manera que no queda ninguna razón para que tengamos miedo de Dios. Dios nos ha impartido Su propia justicia, la misma posición correcta ante Dios que Jesús tuvo mientras anduvo en la tierra. “Al que no conoció pecado (Jesús) por nosotros lo hizo (Dios) pecado; para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).
B. Quietud y confianza
Hay una seguridad y una confianza que le llegan a la persona cuando sabe que está en una posición correcta ante el Dios que creó el universo. La escritura nos dice que “el justo está confiado como un león” (Proverbios 28:1).
En los días de Jesús, con frecuencia la gente se maravillaba de la autoridad y audacia con que Jesús hablaba y actuaba (Marcos 1:22, 27). Cuando oró ante la tumba de Lázaro dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 111:41-42). Jesús siempre estuvo confiado en que los oídos de Dios estaban con Él. Esa confianza brotaba de Su certeza de que estaba en una posición correcta ante un Dios que lo amaba y quien haría cualquier cosa que Él le pidiera.
Cuando estas en una posición correcta ante Dios y puede estar sin mancha ante Él, quiere decir que Dios está por ti, ¡Él está de tu parte! Tu seguridad completa llega cuando te das cuenta de que “Si Dios es por nosotros, ¿Quién contra nosotros?” (Romanos 8:31). Esta es la clase de confianza que le permitió a Pedro decirle al cojo, en la puerta la Hermosa, que se levantara y caminara (Hechos 3:6). Es con esta confianza que fue capaz de decirle a una mujer muerta que se levantara (Hechos 9:40).
ESTABLEZCAMOS LA REALIDAD DE LA JUSTIFICACIÓN
Hay muchos cristianos que pasan por la vida ignorando el hecho de que han sido hechos la justicia de Dios en Cristo. No saben que tienen una posición correcta ante Dios, de manera que tienen poca confianza de venir ante Él. El autor de Hebreos llama a esta clase de cristianos “un niñito” y “todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño” (Hebreos 5:13).
El que estos creyentes no sepan que Dios los ha hecho justos no niega en forma alguna la veracidad del hecho: Son justos lo sepan o no. No obstante, el triste resultado es que esta gente no puede proveerse de toda la bendición que acarrea el tener una posición correcta ante Dios. No hay ninguna barrera de pecado entre ellos y Dios, pero están convencidos de que hay una. En muchísimas ocasiones esta forma de pensar es el resultado de que el evangelio se predique como una revelación de pecado en vez de cómo una revelación de la justicia de Dios.
Los creyentes deben establecer firmemente en sus corazones y en sus mentes que Dios los ha declarado justos basado en el sacrificio de Jesús. Dios nos ve santos y sin mancha, completamente lavados de nuestros pecados por la sangre de Su Hijo. A como afirmamos en nuestra mente que somos justos ante Él, convertimos en adultos maduros, no solo “expertos” sino que ampliamente versados en “la palabra de justicia”.
A. No atiendas a tus emociones
No siempre podemos confiar en los sentimientos emocionales para conocer la verdad de modo que es tonto basar nuestra certeza de justicia en las emociones. Las emociones cambian de un día a otro, pero tu justicia se basa en el sacrificio de jesús, y los efectos de ese sacrificio son eternos e invariables. Sin importar cómo te puedas sentir, Dios te ve santo y sin mancha por Jesús.
La justicia es por fe (Romanos 1:16-17) y la fe no es una emoción. Nuestra posición correcta ante Dios se basa en nuestra fe en la obra de la cruz. Cuando escogemos creer los sentimientos de que somos de poco valor, en realidad estamos aseverando que el sacrificio de Cristo no fue suficiente. Pon tu fe en lo que la Palabra dice que Jesús consiguió para nosotros en el Calvario y no en lo que digan tus emociones respecto a cuánto vales.
B. Mírate como Dios te ve
La Palabra de Dios es la única reflexión real de quien eres ante Dios. La Palabra nos da “lo que Dios ve” de la realidad y nos dice exactamente lo que Dios piensa de aquellos a quienes Cristo ha redimido con Su sangre. A como nos sumergimos en lo que la Palabra dice respecto a nosotros y nuestro lugar en Cristo, nuestros pensamientos respecto a nosotros mismos empiezan a conformarse a los pensamientos de Dios sobre nosotros.
La Palabra dice que eres la justicia de Dios (2 Corintios 5:21), porque ¡así es como Dios te ve!
La Palabra dice que eres santo y sin mancha delante de él (Efesios 1:4), porque ¡eso es lo que Dios piensa de ti!
La Palabra dice que eres linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1 Pedro 2:9), porque ¡eso es lo que Dios siente de ti!
Ponte de acuerdo con Dios y su Palabra más que con tus emociones. ¡Eres una persona justa!
SUMARIO. EL VALOR DE LA JUSTIFICACIÓN
El valor de algo solo se puede juzgar por el precio que se pagó para obtenerlo. Cuando vemos el gran precio que se pagó para perdonarnos y para impartirnos la justicia de Dios, podemos apreciar en su plenitud el valor de esa justicia. Nuestra posición correcta ante Dios no es escasa en ningún aspecto pues Él ha “...perdonado todos nuestros pecados” (Colosenses 2:13). No hay nada que nos pueda obstruir de llegar a la presencia de Dios.
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:19, 22).
JUSTIFICACIÓN - PREGUNTAS DE ESTUDIO
1. ¿Cuál es el efecto de la sangre de Jesús en nosotros? ¿Cómo es la sangre de Jesús diferente de la sangre de Abel?
2. Brevemente explique cómo cada uno de los siguientes versículos confirman la humanidad de Jesús. Lucas 2:7; Hebreos 4:15; 1 Juan 1:1.
3. Brevemente explique cómo cada uno de los siguientes versículos confirman la divinidad de Jesús. Juan 8:58; Juan 10:30.
4. ¿Cómo le respondería usted a una persona que dijera: “Yo sé que voy al cielo porque obedezco todas las reglas de mi iglesia”? ¿Qué versículos le mostraría?
5. De acuerdo a Isaías 32:17, ¿Cuáles son los tres efectos u obras principales de la rectitud en los corazones y las mentes de los creyentes?
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