INTRODUCCIÓN
En las lecciones anteriores vimos como es por la fe que recibimos todo lo que Dios nos ha dado. La fe constituye el único medio a la disposición de Dios para entregarnos todo lo que logró para nosotros en Cristo; por ello no hay otro tema más importante en el Nuevo Testamento. El deseo de Dios para sus hijos es que ellos hagan crecer su fe de manera que cada día anden más y más en fe.
Dios es semejante a nuestros padres terrenales en que desea nuestro desarrollo y crecimiento. Tal como los padres se gozan grandemente en la primera palabra o el primer paso de sus niños, así le agrada a Dios nuestra fe en Su Palabra; Él espera ver madurar a Sus hijos en el área de la fe, de modo que se puedan parar sobre sus propios pies.
Dios le ha dado a cada cristiano la misma capacidad y el mismo potencial de crecimiento. Aquellos que son fuertes en la fe no son “favoritos” de Dios ya que “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34), sino que son fuertes en la fe porque han hecho crecer su fe por la Palabra de Dios. A cada creyente se le ha dado igual oportunidad de crecimiento espiritual, de modo que todos están capacitados para tener una fe fuerte.
NUESTRA MEDIDA DE FE
Cualquier persona que ha nacido de nuevo tiene suficiente fe para entrar en posesión de la justicia de Dios, de modo que todo cristiano tiene fe: si un cristiano no tuviere fe no sería salvo “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8). Frecuentemente el enemigo condena a los creyentes diciéndoles que no tienen fe, pero la Biblia establece que todo hijo de Dios tiene fe, “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3).
Dios es un Dios justo y no le pedirá a Sus hijos nada que no puedan hacer, siempre da la capacidad de hacer lo que Él ordena antes de darnos la orden. Dios espera de nosotros que vivamos y que andemos por fe, pero también nos ha dado la capacidad de hacerlo puesto que repartió a cada uno de nosotros una “medida de fe”. Esta fe nos llega por la Palabra de Dios y puede crecer; pero depende de cada creyente individual el empezar a ejercitar la fe que Dios le ha dado y hacerla crecer por medio de la Palabra.
A. La fe viene por el oír
La Palabra constituye el medio de que dispone Dios para darnos y aumentarnos la fe. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). La Palabra de Dios es lo que da origen a la fe en nuestros espíritus. He aquí una manera sencilla de obtener fe para todas las áreas de nuestras vidas: la fe llegará a medida que leamos y meditemos en las Escrituras; no es necesario que trabajemos para lograrla, ni que nos esforcemos por conseguirla: la fe nos llega automáticamente cuando participamos de la Palabra de Dios.
1. Al conocer la voluntad de Dios revelada
La fe descansa sobre la “voluntad de Dios revelada”. Solo cuando conozca la voluntad de Dios sobre un asunto podrá tener fe en esa área; si no sabe que la voluntad de Dios es salvar, no puede tener fe para la salvación; si no sabe que es la voluntad de Dios sanar, no puede tener fe para sanidades; si no sabe que es la voluntad de Dios bendecir, no puede tener fe para ser bendecido por Dios.
La Biblia nos revela lo que es la voluntad de Dios al mostrarnos todo lo que ya ha hecho por medio de Su Hijo. La Palabra nos revela Su voluntad para salvar al mostrarnos cómo fue adquirida para todo el mundo en el Calvario (1 Juan 2:2) y afirmando que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:13).
Conocemos la voluntad de Dios en el área de las sanidades porque la Biblia afirma que Jesús pagó el precio por ellas en la cruz (Mateo 8:17). Cuando una persona empieza a ver lo que en realidad es la voluntad de Dios para ella, y que el precio para que esa voluntad ocurra ya ha sido completamente pagado, entonces la fe hecha raíces en su corazón.
2. Ejemplos
La fe viene por el oír la voluntad de Dios revelada, la cual se halla en Su Palabra. En una ocasión Pablo predicaba el evangelio (La Palabra de Dios) en una ciudad llamada Listra y entre la multitud había un hombre cojo. “Este oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él sus ojos, y viendo que tenía fe para ser sanado, dijo a gran voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y él saltó, y anduvo” (Hechos 14:9-10). El hombre obtuvo la fe para ser sanado porque “oyó” la Palabra predicada, y la fe floreció en su corazón. El oír la Palabra produjo fe, y la fe trajo la sanidad del hombre cojo.
Algo muy parecido le ocurrió a Cornelio el centurión. Sin nada similar a un llamamiento a “pasar adelante”, Cornelio y su familia entera fueron salvos y llenos del Espíritu Santo. El fue instruido por un ángel para mandar a buscar a Pedro, quien le “diría las palabras” por las cuales él y su casa serían salvos (Hechos 11:13-14). Mientras Pedro les predicaba la Palabra, el espíritu Santo cayó sobre todos ellos; y puesto que el Espíritu solo se derrama sobre los creyentes, es permisible suponer que Cornelio creyó y fue salvo “mientras escuchaba la Palabra de Dios” de boca del apóstol Pedro (Hechos 10).
En estos dos ejemplos de la Biblia es obvio que la fe exhibida por estos hombres surgió como resultado de escuchar las buenas nuevas. Para cualquiera de las bendiciones de Dios, la fe se obtiene cuando la persona escucha la Palabra que declara que esas bendiciones son la voluntad de Dios para todos los hombres.
B. La fe se puede aumentar
En las Escrituras es evidente que la fe es una cualidad espiritual medible. Jesús habló de aquellos que “no tienen fe” (Marcos 4:40), de los de “poca fe” (Mateo 14:31; 16:8) y de los que tienen “fe grande” (Mateo 8:10; 15:28). La Biblia hace muchas referencias a diferentes tipos y estados de la fe.
Romanos 4:19-20, se comparan el débil en fe y el fortalecido en fe.
Santiago 2:5, ricos en fe.
Hechos 6:5, llenos de fe.
Santiago 2:22, fe perfecta.
1 Timoteo 1:5, fe no fingida.
1 Juan 5:4, fe vencedora.
1 Timoteo 1:19, fe naufragada.
No solamente es medible, sino que puede ser aumentada y desarrollada. Es posible –mejor dicho, esencial- que los cristianos “acrecienten su fe”.
“Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo” (2 Tesalonicenses 11:3).
Esta clase de crecimiento en fe está a la disposición de todos los cristianos y no solo de unos pocos y seleccionados “gigantes en fe”. Dios quiere que todos sus hijos, hombres y mujeres, sean de “fe grande” y no de “poca fe”; para que crezcamos en fe ha puesto a nuestra disposición todas las herramientas e instrucciones necesarias; si los usamos también “nuestra fe irá creciendo”.
1. Manténgase en la Palabra
Tal y como la fe viene por la Palabra de Dios, así también crece a como nos alimentamos y meditamos en su Palabra. No es suficiente con solo oír la Palabra una vez y suponer que no es necesario escucharla más; nadie crecerá en la fe a menos que se mantenga en la Palabra. Cuando alguno no está alimentado con la Palabra, su fe decaerá y se secará, tal como se seca una planta que no sea regada. Para crecer en la fe se debe reafirmar constantemente en el corazón y en la mente la verdad de lo que Dios ha dicho.
La fe, para su crecimiento, requiere de una atmósfera llena de la Palabra de Dios; es decir, en la casa durante el tiempo personal para estudio Bíblico y en una congregación en que se predique la Palabra. Es imposible que la fe crezca si uno solo oye la Palabra intermitentemente, o si recibe enseñanzas contrarias a la fe.
En lugares donde se predique que la enfermedad es la voluntad de Dios no se desarrollará fe para sanidades; ni donde se predique la pobreza como una virtud se desarrollará fe en la prosperidad. La fe solamente crecerá cuando la persona se someta a “oír la Palabra” con constancia, en una congregación donde se enseña la misma y en su casa en el estudio personal de la Biblia.
2. Ejercitarla
Otro factor determinante para el crecimiento de la fe es “ejercitarla”. La fe aumenta a como se usa; igual que los músculos se desarrollan al ponerlos a trabajar, así se desarrolla la fe al usarla. En cierta ocasión los discípulos le pidieron a Jesús que aumentara su fe, Jesús les respondió “si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería” (Lucas 17:6). A la petición de que les aumentara la fe, Jesús respondió con exhortación a que usaran la que ya tenían.
La fe aumentará al “usarla”. En cada ocasión en que nos mantenemos en fe para recibir una bendición de Dios, nos estamos fortaleciendo más y más en esa fe. La fe no se desarrollará si no es usada más de lo que se desarrollarán los músculos si no son usados; para crecer en fe debemos usar la fe que ya tenemos, al creer y actuar según la Palabra.
3. El proceso de crecimiento
El crecimiento y el desarrollo no se dan de un momento a otro; aumentar la fe requiere tiempo: tiempo para oír y meditar en la Palabra y tiempo para ejercitar la fe que uno ya tiene. Los cristianos no nacen de nuevo con fe suficiente para mover el Monte Everest, y creer que Dios hará algo que está más allá de la madurez de la persona, solo puede producir desaliento. Por ejemplo, es absurdo creer que Dios le dará un carro nuevo cuando ni siquiera ha creído que le dará un par de zapatos nuevos. La fe crece poco a poco, y no por saltos gigantescos.
Un punto esencial para los cristianos es evitar compararse con otros creyentes; con mucha frecuencia hay gente que trata de imitar las obras de hombres de gran fe sin darse cuenta del proceso de crecimiento por el que han pasado esos hombres, quieren creer a Dios por las mismas obras poderosas que ven a otros recibiendo, sin dedicar el tiempo necesario a escuchar la Palabra y a desarrollar su propia fe.
Si hay algún hombre de gran fe, uno puede asegurar, sin temor a equivocarse, que él no la obtuvo en un día. “La fe grande es un resultado de dedicarse esforzadamente a oír y meditar en la Palabra, y luego a ejercitar la fe hasta que se convierta en algo grande y poderoso”.
ACTUANDO SEGÚN LA PALABRA
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La fe es una convicción y una certeza “interna” ya que es con el corazón que el hombre cree (Romanos 10:10); y esa certeza interna invariablemente se manifestará en “acciones”. Cuando alguna persona dice que tiene esa certeza interna pero no ejercita acciones externas que lo comprueben, está engañándose. El apóstol Santiago dijo que la fe sin obra es muerta o “inútil” (Santiago 2:17, 20, 26). Dicho de otra forma: una fe sin las acciones correspondientes no es de la clase que se recibe de Dios.
En realidad la fe sin obras no es más que convencimiento mental. El convencimiento mental es un estar de acuerdo con la Palabra de Dios pero sin las acciones correspondientes que lo respaldan. En muchas ocasiones el convencimiento mental parecerá ser fe real; pero el factor discriminante entre ambos es la acción. El “creyente” siempre actuará de acuerdo a su fe pero el “convencido mental” nunca exhibirá las acciones correspondientes a aquello con lo que está de acuerdo que es la verdad.
“Pero sed hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). Andar por fe en la Palabra de Dios significa ser un hacedor de la Palabra, significa actuar de acuerdo a la certeza que hay dentro de nuestros corazones; no obstante, obras o acciones hechas sin esa certeza interna tampoco son fe. Pero la fe Bíblica debe ir acompañada de las acciones que dan testimonio de esa convicción interna del corazón. Fue cuando Abraham actuó de acuerdo a lo que creía que su fe se perfeccionó (Santiago 2:22) y fue entonces cuando recibió de Dios.
A. La fe y la obediencia
“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir del lugar que había recibido como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8). La obediencia de Abraham floreció de la certeza que había en su corazón; dejó su hogar para recibir la promesa de Dios sin nunca haberla visto, porque estaba convencido de la verdad y la realidad de esa promesa: esta convicción originó la acción.
Si Abraham no hubiese actuado en obediencia al llamado de Dios, toda su “fe” en las promesas de Dios hubiera sido completamente inútil o muerta. No fue el convencimiento mental en la promesa de Dios lo que lo capacitó a recibirla sino que fue su obediencia lo que produjo el cumplimiento de la promesa; si no hubiese actuado de acuerdo a su convicción, su fe habría sido muerta y nunca hubiera devenido en el “padre de muchas naciones”.
Durante el ministerio terrenal de Jesús hubo varias ocasiones en que la gente recibió milagros según actuaban de acuerdo a su fe; las acciones que hicieron fueron testimonio de la fe que había en sus corazones. Veamos tres de tales sucesos.
1. El amigo enfermo: Lucas 5:17-20
Jesús reconocía la fe de los hombres por sus acciones. En una ocasión cuatro hombres abrieron un hueco en el techo de la casa en que Jesús enseñaba, para poder bajar al amigo enfermo, y ponerle delante de Él; no habían podido pasar por la puerta a causa de la multitud. La Biblia dice que mientras bajaban al enfermo, Jesús “vio la fe de ellos” (Lucas 5:20); en ese acto, el reconoció la certeza interna de sus corazones (Lea Lucas 5:17-20). Ellos tenían tal certeza de que el poder de Dios libraría a su amigo de la opresión, no había nada que los pudiese desanimar de presentárselo a Jesús.
2. Los diez leprosos: Lucas 17:11-14
Cuando los diez leprosos alzaron sus voces pidiéndole misericordia (a Jesús), Él simplemente les ordenó ir a mostrarse a los sacerdotes. De acuerdo a la ley levítica cuando un leproso era librado de su enfermedad tenía que ir ante el sacerdote y hacer los sacrificios correspondientes (Levítico 14:1-4). Jesús les dijo a estos hombres que fueran antes de que recibieran ninguna manifestación de su sanidad. “Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados” (Lucas 17:14).
Ellos recibieron el milagro cuando actuaron en obediencia a la Palabra de Jesús; su acción fue una demostración de su convicción del poder sanador de Dios.
3. Pedro camina sobre el agua: Mateo 14:25-32
En este relato de Jesús y Pedro andando sobre el agua generalmente se le pone atención al fracaso de Pedro; nosotros más bien nos concentraremos en el hecho de que Pedro ciertamente caminó sobre el agua. Jesús le dijo a Pedro que viniera y Pedro actuó de acuerdo a esa orden.
Los otros once discípulos no anduvieron sobre el agua como Pedro porque no descendieron de la barca. Su fe fue inútil y no lograron nada porque no actuaron. Pedro sí actuó, y aunque temió y comenzó a hundirse, la realidad es que anduvo sobre el agua; los otros discípulos se quedaron sentados en la barca mirando; no recibieron un milagro porque no le añadieron acción a su fe. Si quieres andar sobre el agua debes descender de la barca.
B. Lo que significa ser hacedor de la Palabra
La Biblia dice que si alguno no es hacedor de la Palabra, sino que simplemente oye y no actúa, se engaña a sí mismo (Santiago 1:22). Este engaño surge cuando no distingue entre fe y convencimiento mental. La fe y el convencimiento mental se parecen en muchos aspectos: ambos oyen la Palabra de Dios, ambos se regocijan en la Palabra, ambos aseguran con convicción que creen en la Biblia; pero la diferencia entre ambos la demuestran las obras.
La fe siempre tiene las acciones correspondientes a esa certeza interna en tanto que el convencimiento mental no va acompañado por ningún tipo de acción. El que oye pero no actúa se engaña al pensar que tiene fe, pero en realidad solo está mentalmente de acuerdo con la Palabra.
1. Los cimientos adecuados y las tormentas
Jesús mismo exhortó a los hombres a ser hacedores de la Palabra. Él comparó el hacedor con un hombre sabio que al edificar su casa puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino la tormenta, la casa se mantuvo. El oidor de la Palabra fue comparado a un tonto que no puso fundamento alguno a su casa, y cuando vino la tormenta, la casa cayó (Lucas 6:46-49). Debemos notar que antes de la tormenta el sabio y el tonto resultaron iguales; pero al llegar la tormenta la diferencia entre ambos se manifestó ampliamente.
Oír la Palabra y no actuar de acuerdo con ella es tan tonto como edificar una casa sin cimientos; la casa no se mantendrá y tampoco la persona que solo oye. Es el hacedor de la Palabra, aquél que actúa movido por la convicción en su corazón, el que no será conmovido. El se mantendrá con solidez en medio de la tormenta, tal como la casa fundada sobre la roca.
2. El corazón con certeza
La fe llega por el oír (Romanos 10:17). En las Escrituras es evidente que el primer paso para obtener y desarrollar la fe es oír la Palabra de Dios. Esa es la única manera en que podemos tener esa certeza firme en nuestros corazones. Luego, cuando esa certeza se ha afirmado dentro de nosotros debemos actuar basados en ella. Sin embargo, es equivocado actuar cuando no tenemos esa certeza interior. Dar el paso y actuar no constituyen en sí mismos la fe. La fe no es acción, es una condición del corazón.
“Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25). Nadie será un hacedor de la obra hasta que haya mirado atentamente a la Palabra.
El oír tiene que ser antes del hacer. Hay cristianos que tratan de actuar cuando todavía no han oído, porque piensan que el actuar, en sí mismo, es fe. Sin embargo, las obras que agradan a Dios son aquellas que se originan en un corazón que está completamente seguro de la Palabra de Dios. Estas son las obras que produce la fe y sin las cuales la fe es muerta.
Lo que agrada a Dios es la condición del corazón y no las obras en sí mismas. No podemos conseguir la aprobación de Dios, ni lograr que Él se mueva a favor nuestro, haciendo buenas obras. Abraham fue bendecido porque su corazón estaba seguro de la bondad de Dios y no por sus obras; las obras que hizo (esto es, su obediencia a Dios) fueron simples indicativos de lo que había en su corazón.
CONFESIÓN DE FE
La palabra “confesión” se usa con frecuencia en sentido negativo, denotando que se admite el pecado y la culpa, y este uso de la palabra es Bíblico (1 Juan 1:9) pero no es único. Con mayor frecuencia la Biblia la usa en el sentido positivo de afirmar la fe personal con la boca. Se dice que Jesús tuvo una buena confesión ante Poncio Pilato (1 Timoteo 6:13), y esto no se puede referir a admisión de pecado. En el libro de los Hebreos se nos dice que mantengamos firme la profesión (confesión) de nuestra esperanza (Hebreos 10:23).
Uno de los principios básicos del cristianismo es la confesión de fe; aunque a lo largo de los siglos ha degenerado en un rito en el que se pronuncian ciertas palabras para obtener la membresía de la congregación. Pero la confesión que sale de nuestras bocas es una parte integral de la fe que ya tenemos.
Pablo afirmó que un hombre se salva cuando cree y habla “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9). La palabra de fe no está únicamente en nuestros corazones, también debe estar en nuestras bocas. “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos” (Romanos 10:8).
“Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” (2 Corintios 4:13). El Espíritu de fe es aquel que cree y luego habla a partir de la certeza que hay en el corazón; la fe siempre tiene una buena confesión que afirma la verdad y la realidad de las promesas de Dios.
Esta afirmación verbal debe ocurrir antes de cualquier manifestación del cumplimiento de la promesa. Recordemos que la fe cree que Dios ha provisto la respuesta antes de ver el resultado. De igual manera, la confesión de la realidad de la Palabra de Dios se hace aún cuando los resultados todavía no se hayan manifestado en el mundo de lo visible.
A. La fe de Dios
Dios es un Dios de fe y opera en la misma forma que el espíritu de fe; cuando creó el universo lo hizo con su palabra “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios” (Hebreos 11:3). En Génesis 1, vemos que Dios dijo, “Sea la luz” (Génesis 1:3) y así fue, Jesús la llamó la fe de Dios (o la clase de fe de Dios). Al enseñar a sus discípulos (y a nosotros) respecto a la fe, Jesús dijo: “Tened fe en Dios (Tened la fe de Dios, en el texto griego).
Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho” (Marcos 11:22-23). La clase de fe de Dios es una fe que dice lo que cree; nótese que en la lección de Jesús sobre la fe, la palabra “dijere” aparece más veces que la palabra “creyere”. Debemos creer que lo que decimos vendrá a ser; hay muchos cristianos que piensan que lo que creen vendrá a ser; pero la palabra de fe está en nuestras bocas, y debe ser pronunciada para que recibamos de Dios.
1. El cambio de nombre de Abraham
Dios demostró esta clase de fe en su relación con su amigo Abram: Dios le prometió un hijo a Abram y luego habló su fe al cambiarle de nombre a Abram por Abraham que significa el “padre de una multitud”. Dios llamó a su amigo “padre de una multitud” mucho antes de que el hijo prometido fuese siquiera concebido. “Y ya no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes” (Génesis 17:5). A los ojos de Dios, el hijo prometido ya era una realidad, y así Dios habló su fe al llamar a Abram “padre de una multitud” o Abraham.
En el ambiente cultural de los días de Abraham, el nombre de una persona tenía gran significado puesto que describía sus características y en cierta forma establecía quién era esa persona. Así que cada vez que Abraham se presentaba con su nuevo nombre, de hecho hacía una afirmación de que en ese momento era “el padre de una multitud” aunque Isaac aún no había nacido (Génesis 17).
2. La forma en que trabaja
Es de esta forma que trabaja la fe de Dios; está en la misma naturaleza de Dios el hablar sobre las realidades espirituales como si ya existiesen en el mundo físico. En la epístola a los Romanos, Pablo enuncia dos grandes atributos de Dios, al decir de Él “el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son como si fuesen” (Romanos 4:17). El hecho de que Dios es un Dios que da vida a los muertos nadie lo discute, pero, en igual medida, es parte de su naturaleza llamar a las cosas que no son (en la realidad física) como si ya existiesen; y Él demostró esto al llamar a Abram Abraham.
Así pues, la clase de fe de Dios es aquella que habla lo que cree. La fe no está completa, no opera del todo hasta que la persona habla desde la certeza que hay dentro de su corazón, y al hacerlo está operando en el mismo espíritu de fe en que opera Dios: Él cree y luego habla.
B. La confesión trae la posesión
Una parte esencial de la fe que se recibe de Dios es la confesión positiva de la Palabra de Dios; cuando la persona empiece a “hablar” su fe en la Palabra de Dios, es cuando la “montaña” empezará a moverse, cuando las palabras se pronuncian a partir de una certeza total en fe, harán que las cosas que deseamos lleguen a existir. Ahora bien, puesto que la fe viene por el oír la Palabra de Dios, es claro que la palabra que debemos hablar debe ser la de Dios y no la nuestra, la Palabra de Dios tiene toda su autoridad y poder respaldándola, de modo que cuando se habla con fe, ocurre.
Las palabras en sí mismas no tienen poder en el mundo espiritual, solo cuando las palabras están conectadas con la fe en el corazón es que logran algo. La persona que obtiene todo lo que habla es aquella que no duda en su corazón, sino que cree que lo que dice ocurrirá (Marcos 11:23). Las palabras pronunciadas sin fe en el corazón no moverán las montañas; como ocurrió a los siete hijos de Esceva cuando trataron de hablar palabras de autoridad a un demonio, pero no tenían fe en sus corazones (no conocían a Jesús); la Biblia nos cuenta como esas palabras fueron completamente ineficaces (Hechos 19:13-16).
Por el contrario, las palabras que salen de un corazón lleno de fe en Dios y en su Palabra son eficaces y llevan gran autoridad; cuando un creyente habla la Palabra de Dios convencido de corazón de su realidad, es como si Dios mismo hablara, los resultados son los mismos: la montaña se moverá.
1. Jesús y el centurión
Durante el ministerio terrenal de Jesús, Él dio ejemplos de esta clase de fe. Cuando se levantó una tormenta que amenazaba anegar su barca, Él le dijo al viento y al mar que se calmaran, y le obedecieron (Marcos 4:37-39). Cuando la suegra de Pedro estaba enferma con fiebre, Jesús reprendió la fiebre y ésta la dejó (Lucas 4:38-39). Las palabras de Jesús tenían autoridad porque Él creía que lo que dijera ocurriría.
El centurión que vino a jesús para pedirle por su siervo entendía el poder de las palabras; cuando Jesús le ofreció ir a su casa para sanar a su siervo, ¡el centurión le dijo que todo lo que tenía que hacer era decir la palabra!
“Solamente di la palabra y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto y lo hace” (Mateo 8:8-9).
Jesús se maravilló de su gran fe. El centurión sabía todo eso porque era un hombre con autoridad y sus palabras eran eficaces, y reconoció eso mismo en Jesús. Las palabras de Jesús tenían poder para sanar porque estaban respaldadas por el poder celestial; su Palabra era suficiente para efectuar una sanidad en el enfermo.
2. Háblale a la montaña
De igual manera, cuando la Palabra de Dios es pronunciada por la boca de un cristiano, tiene autoridad celestial que la respalda. La montaña se moverá al decir la Palabra; mucha gente cree lo suficiente para mover la montaña, pero no le hablan; muchos oran y le piden a Dios que mueva la montaña, pero ellos nunca le hablan. Jesús nos dijo que le habláramos en fe a la montaña.
En esta situación Jesús no nos dijo que oráramos, ¡El nos dijo que dijéramos! Es frecuente que los cristianos oren cuando deben decir. Hay tiempo de oración, pero también hay un tiempo cuando debemos abrir la boca y hablarle a la montaña, a la dificultad o a la situación adversa que enfrentamos y ordenarle que se vaya. Cuando lo hacemos así, estamos siguiendo los pasos de nuestro Señor y siguiendo las instrucciones y ejemplos que nos dejó.
C. Pronuncia tu fe
La fe de Dios siempre habla lo que cree. Esa certeza dentro del corazón del hombre hallará su expresión en una confesión positiva de la Palabra de Dios. Jesús dijo que lo que abunda en el corazón del hombre se manifestará en lo que dice con su boca (Mateo 12:34-35); en otras palabras, siempre se puede identificar una persona por lo que habla, si el corazón de una persona está lleno de fe, se evidenciará en lo que dice.
Esta confesión positiva debe hacerse antes de que haya ninguna manifestación física de la misma; recuerda que Dios llamó a Abram Abraham antes de que naciese Isaac; Dios llama a las cosas que no son como si ya fuesen, antes de que se manifiesten. Debemos creer que hemos recibido las cosas antes de que las tengamos; también debemos decir que hemos recibido antes de tenerlo. Esto es exactamente al revés de cómo opera el mundo, pero es exactamente del modo que opera Dios. La forma es simple.
Cree --> Confiesa --> Recibe
1. Guarda tu hablar
Las Escrituras están llenas de consejos a los creyentes para que guarden su hablar. “El que guarda su boca guarda su alma; mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad” (Proverbios 13:3). “El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Proverbios 21:23). Estas son solamente dos de entre muchas advertencias en contra de ser imprudentes con las palabras. Lea además, Proverbios 10:19; 17:28; Eclesiastés 5:2; Santiago 1:19; 3:2.
Es posible que los creyentes digan frases que tienden a negar la fe de sus corazones: a menudo creen en Dios por algo en particular, pero dicen solo lo que sus ojos pueden ver y sus emociones pueden sentir. Si están creyendo en sanidad pero aún no han recibido una manifestación, hablarán de cuán enfermos están, cuando en realidad lo que deberían decir es: “y por cuya herida fui sanado” (1 Pedro 2:24). Quizás están creyendo por prosperidad financiera pero sus palabras siempre son una queja de que no tienen suficiente dinero; deberían decir: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que me falta...” (Filipenses 4:19).
2. El poder de la lengua
“La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (Proverbios 18:21). Muy pocos se han dado cuenta cabal de la importancia de esta declaración. Una persona experimentará vida o muerte según lo que permita salir de su boca. Una confesión negativa constante de duda y desesperación hará que ocurran las cosas que se están diciendo.
Una declaración negativa, dicha bromeando o intencionalmente, no producirá daño; pero si un creyente adquiere el hábito de confesar continuamente cosas negativas, llegará un momento cuando su corazón empezará a creer las cosas que su boca está diciendo continuamente; y cuando las palabras de su boca coincidan con lo que cree en su corazón, el principio en Marcos 11:23 se cumplirá en sentido negativo.
Una declaración negativa no acarreará el desastre sobre el creyente; hay ocasiones cuando debemos informar a los que nos puedan ayudar de cual es nuestro problema; tener una confesión positiva no quiere decir que escondamos nuestras dificultades a los demás, lo que debemos evitar es una continua confesión de derrota.
- Es por esto que debemos poner una guardia en nuestras bocas y no permitirnos el lujo de una boca indisciplinada. La confesión negativa ocasional se transformará en la confesión negativa frecuente, y la confesión negativa frecuente pronto vendrá a ser una confesión negativa continua. Así pues, es mejor detener las declaraciones negativas cuando todavía son ocasionales antes que esperar que sean un hábito profundamente arraigado.
3. la conexión entre el corazón y la boca
Cuando una persona está creyendo a Dios y ejercitando su fe, debe mantener una confesión positiva de la Palabra de Dios. Es la confesión de la Palabra unida a la certeza del corazón lo que acarreará una manifestación de la respuesta. Esta confesión debe originarse en la convicción del corazón; recuerde que aquel que no duda en su corazón sino que cree que lo que dice será hecho, tendrá lo que diga. Debe hacer una conexión entre el corazón y la boca.
Así pues, hay dos propósitos al confesar la Palabra de Dios. El primero es para que estemos más y más convencidos en nuestros corazones de lo que el Señor dice respecto a nuestra situación; según la persona confiesa en voz alta la Palabra (así mismo), está realmente meditando en las Escrituras (recuerde que meditar significa “hablarse a uno mismo en murmullo”). Según se va meditando en la Palabra al confesar una y otra vez, la certeza de la fe va creciendo en el corazón. Después le puede hablar a la montaña, creyendo completamente en la Palabra de Dios respecto a ese tópico, y la montaña le obedecerá.
Así como el mundo tiene el hábito de decir cosas negativas, así mismo los cristianos debemos tener el hábito de hablar solamente aquellas cosas que están de acuerdo con la Palabra. Los creyentes deben afirmar continuamente la fe que hay en sus corazones al hablar la Palabra de Dios, la solución, antes que hablar del problema. Al hablar del problema solo logrará empeorarlo, pero hablar de la solución producirá sus manifestaciones en su vida.
SUMARIO. LA FE QUE HABLA
Dios quiere que sus hijos tengan y usen la fe. “Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Pero Dios nos ha dado a cada uno una medida de fe y nos ha indicado la manera de desarrollarla y usarla. La Palabra de Dios es la fuente de toda la fe que ya tenemos, y es la fuente para cualquier aumento de fe que experimentamos en el futuro.
Andar por fe significa ejercitar la fe que Dios nos ha dado y pronunciar con nuestras bocas la Palabra de Dios. Al actuar según la Palabra, tanto al obedecer sus preceptos como al confesarla diariamente, además de que crecemos en fe recibiremos de la dadora mano de Dios todo lo que nos ha dado por medio de la muerte de Su Hijo.
La voluntad de Dios para sus hijos es que tengamos salud, prosperidad, victoria y liberación completa del poder del enemigo. Dios quiere bendecirnos en todas las áreas de nuestras vidas. Pero solo recibiremos estas bendiciones a como pongamos toda nuestra esperanza y toda nuestra confianza en Dios y en Su Palabra. Luego, una de las razones por las que la fe es agradable a Dios Padre es porque nos permite recibir más y más de sus bendiciones.
LA CONFESIÓN DE FE - PREGUNTAS DE ESTUDIO
Según el libro de Romanos, ¿Cómo viene la fe?
Escribe la definición de la fe de acuerdo al concepto de Dios escrito en Su Palabra. Menciona la cita Bíblica.
¿Por qué son importantes las obras? Santiago 2
¿Cuál es la clave para recibir de Dios? 2 Corintios 4:13
¿Qué diferencia hay entre convencimiento mental y la fe real? Santiago 2
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