Enseñanza básica
INTRODUCCIÓN
En la lección tres vimos que Dios nos justificó a través del sacrificio de Cristo. Dios nos perdonó todos nuestros pecados y nos hizo la justicia de Dios en Cristo (2 Corintios 5:21). Esta justicia (estar bien con Dios), no se basa en obras sino en fe, ninguna cantidad de buenas obras que hayamos hecho nos hace merecedores de recibirla, Dios nos declaró justos basado en su misericordia y gracia cuando pusimos nuestra fe en Su Hijo crucificado y resucitado.
Todo creyente está justificado en su interior, porque llegó a ser participante de la naturaleza justificada (2 Pedro 1:4). La justicia es impartida dentro del ser de cada cristiano y por esta razón podemos acercarnos confiadamente delante del trono de Dios, por eso podemos tener la presencia de su Espíritu morando continuamente en nosotros. Si no hubiéramos sido justificados, no podríamos ser llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1). Dios es justo, y los que han nacido de Él tienen la misma naturaleza que Él.
Pero, la justificación implica más que estar bien con Dios “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo” (1 Juan 3:7). Juan no escribió esto para condenar o que la gente se sintiera perdida, simplemente dijo que los que están justificados internamente tienen el poder y la habilidad de ACTUAR correctamente, no se puede separar del concepto de justificación en Él.
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). No fuimos creados por buenas obras, sino que fuimos creados para buenas obras. El deseo de Dios es que esa justicia, esa naturaleza santa dentro de nosotros (la naturaleza que nos permite presentarnos delante de Dios sin sentirnos avergonzados) comience a manifestarse en nuestro actuar externo.
Es anormal que un nuevo convertido justificado siga viviendo bajo el yugo de la esclavitud del pecado. Dios ha abierto el camino a todos los creyentes para que anden completamente libres del dominio del pecado en sus vidas. De cierto, Él ha llamado a todo creyente a este tipo de vida “Sino, como aquél que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15).
MUERTO AL PECADO
Lea Romanos 6:1-7. Dios no da un mandato a su pueblo a menos que también le haya dado la capacidad para cumplir ese mandato. El llamado de Dios a los creyentes es para que vivan vidas santas, libres de la atadura del pecado; pero Dios también le ha dado a todo creyente la capacidad para vencer el pecado y los hábitos pecaminosos.
El nuevo nacimiento produce un hombre nuevo, uno que no es pecador sino que, al contrario, el hombre nuevo es perfecto, hecho a la imagen de Dios. Dios nos ha dado el poder para vivir libres del poder del pecado; haciendo morir en nosotros aquello que nos guiaba al pecado y poniendo dentro de nosotros una nueva naturaleza poderosa y justificada.
Muchos creyentes tratan de llenar este llamado a santidad sin tener una comprensión clara de la obra que Dios ha hecho en su hombre interior. La obra de la cruz nos limpió de la culpa y la condenación del pecado; la sangre vertida por Cristo nos limpió de todos nuestros pecados. Sin embargo, si eso fuera todo lo que hizo, estaríamos perdonados, pero seguiríamos dominados por una naturaleza interna malvada que nos haría pecar.
Pero la obra del Calvario no solo remueve la culpabilidad y condenación del pecado, sino que también remueve la fuente del pecado en nosotros. El mal que moraba en nuestros corazones nos esclavizaba al pecado, Jesús se encargó de él en la cruz. Debemos tener un claro entendimiento de la obra de la redención para que podamos vivir con toda la libertad que Dios ha comprado para nosotros.
A. El viejo hombre
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Lo que nos mantenía atados al pecado era el “viejo hombre”. Este “viejo hombre” (o vieja criatura) tiene que ser crucificado para que podamos ser liberados del poder del pecado. Esta es la parte de nosotros que fue crucificada con Cristo hace 2000 años. “Con Cristo fui crucificado, sin embargo vivo” (Gálatas 2:20).
1. Nacido en muerte
Nuestro viejo hombre era la parte de nosotros que estaba “muerto para Dios” antes de nacer de nuevo. Cuando Adán pecó en el huerto de Edén, y cayó de la gracia de Dios, pasó de vida a muerte. Llegó a ser una criatura pecaminosa, dominada y regida por una naturaleza interna que la guiaba a pecar y esta naturaleza pasó a toda la descendencia de Adán (Salmo 51:5; 1Corintios 15:21-22).
Los hombres que no son salvos tienen una naturaleza interna de maldad, la que Pablo llama el “viejo hombre”. Este viejo hombre no puede ser reformado o rehabilitado, y es por esta razón que la filosofía humanística no alcanza ningún cambio verdadero en el hombre. Tratar de reformar al “viejo hombre” solo puede terminar en fracaso. Solo existe una forma correcta de tratar con esa naturaleza interna de maldad: debe matarse.
2. El estado no regenerado
En Romanos 7:14-25, Pablo describe el estado de un hombre no regenerado que está dominado por su naturaleza pecaminosa. Aquí encontramos un retrato vivo de lo que es ser dominado por el viejo hombre que todavía está bien vivo. Este es el hombre que Pablo describe:
a. Está vendido a la atadura del pecado (Romanos 7:14).
b. Hace las cosas que aborrece (Romanos 7:15).
c. Incapaz de hacer lo bueno que desea hacer (Romanos 7:18).
d. Está “cautivo” de la ley del pecado en su cuerpo (Romanos 7:23).
e. Sirve la ley del pecado en su carne, aunque sea contraria a la ley de Dios que su mente reconoce (Romanos 7:25).
f. ¡Es un MISERABLE! (Romanos 7:24).
Una lectura cuidadosa del capítulo anterior de Romanos (capítulo 6), nos muestra que en este pasaje, Pablo no se refiere a sí mismo como cristiano, sino que se describe como era, antes de nacer de nuevo. Pablo, como judío no regenerado, sabía lo correcto, lo que debía hacer, pero era incapaz de hacerlo. La razón por la cual no podía hacer lo que sabía que era correcto, era porque el viejo hombre todavía no había sido crucificado con Cristo. Había un poder interno que lo empujaba a pecar y que él no podía vencer.
3. Expuesto por la ley
Dios expuso la verdadera condición del hombre interior (que era una naturaleza interna pecaminosa) al darle la ley. La ley fue dada al hombre para demostrarle de una vez por todas que su problema interno solo se podía solucionar a través de Jesucristo.
La ley es santa, justa y buena (Romanos 7:12), pero debido a la naturaleza pecaminosa del hombre resultó en su muerte. “¿Luego lo que es bueno vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso” (Romanos 7:13).
El hombre interno tomó la ley, que era buena, y lo convirtió en algo malo. La ley no podría cambiar la condición interna del hombre, sólo pudo exponerlo como verdaderamente era. Así Dios mostró que el hombre era completamente pecaminoso; sin ninguna esperanza de redención fuera de Jesucristo.
La solución de Dios para este dilema, golpeó de muerte el problema del pecado en el hombre desde su misma raíz. Como hemos dicho, la muerte era la única salida de esta trampa, y esto es exactamente lo que Dios hizo a través de Su Hijo.
B. Crucificado con Cristo
Pablo dijo que el viejo hombre fue crucificado con Cristo (Romanos 6:6). Esa disposición interna al pecado que tenía al hombre desvalido, fue sometida a muerte junto con Jesús. Esto fue el comienzo de nuestra identificación con Su obra redentora en la cruz. Pablo estaba tan consciente de la realidad de esta muerte vicaria que le dijo a los colosenses “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo” (Colosenses 3:3).
La llave para nuestra liberación de la esclavitud del pecado es nuestra muerte con Cristo “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Romanos 6:7). Ya que ahora estamos muertos (esto es, el viejo hombre está muerto) el pecado ya no es nuestro amo.
1. El cuerpo del pecado quedó sin poder
Una vez que el viejo hombre es crucificado con Jesús, el “cuerpo del pecado” queda inactivo “Sabiendo esto que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él para que el cuerpo del pecado sea destruido a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Esto nos permite ver lo que sucede cuando el viejo hombre es crucificado: el cuerpo del pecado, lo que nos guiaba al pecado “fue destruido”, quedó sin poder.
La vieja naturaleza interna iba por un camino contrario a Dios y a Sus caminos; era poder dentro de nosotros que nos hacía imposible vencer al pecado. Pero, dice la Biblia que el viejo hombre “fue muerto”, que murió en la cruz. Puesto que la vieja naturaleza está MUERTA, ya no tiene poder para dominarnos. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
2. Muerto al mundo
La muerte de nuestra antigua naturaleza en la cruz significa que estamos totalmente separados del mundo y sus principios pecaminosos. “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14). Estamos separados del mundo y de todo lo que él representa de igual modo que un hombre muerto físicamente, está separado de este mundo físico (es decir: su ambiente físico).
Un hombre que está físicamente muerto ya no tiene ninguna relación con este mundo físico. El mundo no le afecta en nada pues ya no es parte del mundo, el gobierno no tratará de cobrarle impuestos porque no hay relación entre él y el gobierno, entre el sistema de impuestos y él.
Está muerto, no es parte de este mundo. En la misma forma, los creyentes están muertos a los principios de este mundo, porque el viejo hombre que les hacía parte del sistema de este mundo ya no está vigente. Fue crucificado con Cristo. Así que cada creyente está “muerto al pecado”, ya no es parte del pecado, ni el pecado es parte de él.
C. En vida nueva para con Dios
Nuestra identificación con Cristo no terminó en la cruz, “y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Romanos 6:8). Pablo no está hablando de la resurrección en el último día, siempre se refiere al hecho de que igualmente como Cristo fue levantado de los muertos nosotros también llegaremos a estar espiritualmente vivos “...como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4). Fuimos crucificados con Cristo, para que andemos en vida nueva, vivos para con Dios, y libres del pecado.
“Aún estando nosotros muertos en pecado, (Él) nos dio vida juntamente con Cristo..., y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:5-6). Aquí vemos como se completa nuestra identificación con Cristo: ¡Crucificados con Él! ¡Nos dio vida juntamente con Él! ¡Resucitados con Él! ¡Sentados en lugares celestiales con Él!
1. Liberados y trasladados
Del mismo modo que la muerte del viejo hombre nos separó del mundo, así el darnos vida con Dios nos hace parte de Su reino. “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Somos parte de Su reino porque nos ha hecho nuevas criaturas y nos ha llenado de su propia naturaleza santa y justa. Nuestra naturaleza es la naturaleza de Dios (2 Pedro 1:4).
Una vez estuvimos vivos para el pecado y muertos para Dios, porque nuestro viejo hombre estaba vivo. Pero ahora estamos muertos al pecado y vivos para Dios; porque la vieja naturaleza está muerta (separándonos así del pecado y del mundo) y una nueva naturaleza nos ha sido dada (que nos pone en contacto con Dios).
2. Dispuestos y trabajando
Cuando estábamos vivos para el pecado por naturaleza hacíamos las cosas que el pecado deseaba. Pero ahora que estamos vivos para Dios, no sólo está en nosotros el poder, sino también el deseo de hacer lo correcto delante de Dios. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Nuestra nueva naturaleza interna está hecha a la imagen de Dios. El hombre nuevo tiene la habilidad de hacer lo que le place a Dios; pero también tiene una voluntad para decidir hacer su buena voluntad. No sólo tenemos el poder para hacer la voluntad de Dios; sino que lo podemos hacer sin quejarnos.
ANDEMOS EN LIBERTAD
Cuando empezamos a entender todo lo que fue hecho por nosotros a través de la muerte y la resurrección de Cristo, se hace evidente que ¡el pecado no es parte de la vida cristiana normal! Dios no hizo que el viejo hombre muriera y que continuásemos viviendo en esclavitud al pecado. No nos crucificó con Cristo para vernos desamparados, en una vida difícil y en una confusa lucha contra los hábitos pecaminosos.
Dios nos libertó internamente para que viviésemos en completo dominio sobre el pecado y sobre las invitaciones de la carne y del diablo. El deseo de Dios para cada uno de Sus hijos es que se levanten sobre el pecado y vivan una vida de pureza e integridad. “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:7; lea también 1 Tesalonicenses 4:3). Santificación significa separación del mundo en virtud de nuestra forma de vida.
“En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿Cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:2). Para Pablo, un cristiano atado al pecado era algo anormal. Esto constituye una negación, por parte del creyente, de lo que Dios ha hecho en su interior. Ya que él sabía que el precio por la completa libertad del creyente ya había sido pagado, Pablo exhortaba constantemente a los cristianos a vivir conforme a lo que Dios ha hecho dentro de ellos. Le dijo a los Corintios, gente muy carnal: “O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros” (1 Corintios 6:9). “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Efesios 4:1). “Porque en otros tiempos erais tinieblas, más ahora sois luz en el Señor, andad como hijos de luz” (Efesios 5:8).
A. Libertad para escoger
En Romanos 7:14-25, Pablo nos da un vívido retrato de un hombre que está atado al pecado.
El hombre que se describe no tiene la libertad de escoger hacer lo correcto, está desesperadamente en la trampa de hacer sólo lo incorrecto. Por otro lado, la muerte del viejo hombre en nosotros significa que se nos ha devuelto la libertad para escoger entre lo justo y el pecado. Este era el libre albedrío que tenía Adán en el huerto. La vieja naturaleza ha sido eliminada, y esa fuerza que nos guiaba al pecado ha sido despojada del poder para dominarnos.
Así el poder de escoger entre lo justo y el pecado está al alcance de todo creyente. Él tiene que escoger diariamente al presentarse las tentaciones en su camino. Puede escoger seguir a su espíritu regenerado, o puede escoger seguir a la carne; Dios le ha dado a Sus hijos la libertad para escoger.
1. La verdad
Después de que Pablo nos dice que estamos muertos al pecado sigue enumerando las opciones que están delante de nosotros: “no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:12-13). Todo el poder para caminar sobre el pecado nos ha sido dado, así que depende de nosotros si permitimos que reine el pecado en nuestros cuerpos mortales.
Cuando nos enfrentamos a una tentación o una invitación al pecado, recordemos que tenemos una opción. Satanás tratará siempre de convencernos de que caer en pecado es inevitable, que no hay otra salida, con frecuencia citará la Biblia (fuera de contexto) para apoyar su mentira. Por ejemplo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19). Este versículo, que describe a un hombre antes de nacer de nuevo, es frecuentemente usado para tratar de convencer a los creyentes ignorantes de que el caer en pecado es una forma de vida inevitable para ellos.
La verdad es que estamos libres para escoger entre el pecado y la justicia, porque el viejo hombre está muerto. Si este no fuera el caso, la exhortación de Pablo de que no permitamos que “el pecado reine nuestro cuerpo mortal” estaría exento de toda verdad y significado. Pablo nos exhorta a escoger debido a que en realidad tenemos esa libertad a través de la obra redentora en la cruz.
2. Siervos de Justicia
Uno es siervo de aquél a quien se presente a sí mismo y los miembros de su cuerpo. Si presentas tu cuerpo al pecado, para obedecer sus dictados, entonces eres siervo del pecado. Pero si te presentas diariamente a Dios, entonces eres siervo de Dios y de su justicia (Romanos 6:16, 19).
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1). Ya que Dios nos ha restaurado nuestro libre albedrío (esto es: la libertad para escoger) podemos presentarnos a Dios como siervos de justicia. Se nos ha dado esta opción.
B. Hagamos morir las obras de la carne
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:12-13). No estamos obligados a obedecer la lascivia de la carne. Como ya se ha dicho, somos libres para escoger no pecar.
Aún así, hay algo que nosotros como creyentes debemos hacer con nuestro cuerpo. Hemos sido libertados del pecado, pero esto no significa que todo deseo o pensamiento que venga a nuestra mente sea de Dios y deba ser obedecido. Los cristianos debemos aprender a hacer morir las obras de la carne. Puesto que el cuerpo todavía no ha sido redimido de la caída (recuerde que esto ocurrirá hasta la segunda venida de Jesús, como vimos en la lección 6), necesitamos controlarlo. El mismo Pablo dijo que mantenía su cuerpo en servidumbre para no ser eliminado (1 Corintios 9:27).
1. Controlemos los deseos de la carne
En vista que nuestros cuerpos (carne) son todavía mortales (aún sin redimir), permanecen en ellos deseos contrarios a Dios. Antes de ser salvos no teníamos control sobre los deseos ya que el viejo hombre tenía poder sobre la carne. Pero, ahora el dominante poder del pecado ha sido removido. Pero todavía tenemos un cuerpo (nuestra carne) al que le gusta hacer cosas contrarias a los caminos de Dios.
Recuerde, nuestros espíritus, son la parte de nosotros que nace de nuevo. Nuestra mente es renovada por la Palabra de Dios, pero, nuestro cuerpo no nace de nuevo ni es renovado. Debe mantenerse en servidumbre, estar bajo control. El controlar los deseos de la carne será más y más fácil a como se renueve la mente de la persona; y se afirme en el hecho de que el pecado no tiene dominio sobre su voluntad.
2. La lucha entre la carne y el espíritu
Los deseos de la carne y los deseos de nuestro espíritu recreados son las fuentes del conflicto interno con el pecado que todo cristiano experimenta. “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:17).
Cada creyente tiene un hombre interno recreado que gusta de obedecer a Dios. Pero este hombre interno habita en un cuerpo al que le gusta desobedecer a Dios e ir por los caminos mundanos. Y así tenemos los deseos de la carne luchando contra los deseos del hombre interior. Pero si escogemos seguir al espíritu; entonces haremos morir las obras de la carne en nuestros cuerpos mortales. “Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16).
Muchos creen equivocadamente que el conflicto interno contra el pecado (los deseos de la carne) es una lucha entre el “viejo hombre” y el “nuevo hombre”, que simultáneamente habitan en el mismo cuerpo. Se cree que la lucha es entre dos fuerzas de igual poder. Pero, las escrituras no enseñan ni demuestran eso. El viejo hombre fue crucificado, y el hombre de pecado fue declarado sin poder. Como ya hemos visto, el viejo hombre y el nuevo no pueden coexistir en el mismo cuerpo. Uno es una nueva criatura o es una vieja criatura, no puede ser las dos a la vez.
3. El fruto de la obediencia al Espíritu
Todo creyente tiene el poder para decir ¡NO! al pecado y a la tentación. Las obras del cuerpo (carne) no son un contrincante para el hombre interior recreado, ya que el poder dominante de la carne, esto es el viejo hombre ha muerto. Pero los cristianos deben usar su libre albedrío para obedecer a sus espíritus en vez de a la carne, deben escoger el mantener sus cuerpos en servidumbre y dar muerte a las obras de la maldad.
El fruto de esta escogencia es la santificación, el deseo de Dios es de ver a todos sus hijos andando externamente en esa justificación (Romanos 6:19, 22). El resultado será una vida que ha vencido al pecado, liberada de los hábitos pecaminosos que destruyen la fe y la amistad con Dios.
C. La tentación
Todo creyente, mientras permanece en su “templo terrenal” experimentará la tentación. Los deseos de la carne, excitados por la sugerencia de satanás (el tentador) tratarán de llevar al creyente lejos de Dios y hacia el pecado (Santiago 1:14-15).
La llave para vencer a la tentación y no sucumbir a ella, es reconocer quienes somos en Cristo. “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11). Cuando Pablo dice “consideraos” no significa “simulemos como si fuera así”, significa que debemos meditar en el hecho de que estamos muertos al pecado y a su poder; que debemos poner la mira en las cosas del espíritu y no en las cosas de la carne. “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2).
1. Resista la condenación
Con respecto a la tentación, debemos reconocer que no es un pecado ser tentado, muchas veces los cristianos se sienten condenados porque han tenido un pensamiento de odio o de lascivia. El enemigo planta un mal pensamiento en la mente del creyente, y luego lo acusa de ser una criatura vil y pecaminosa. Si uno permite ser puesto bajo condenación por la tentación entonces el próximo pensamiento será “pensarlo es tan malo como hacerlo, así que es mejor hacerlo”. Pero tener un pensamiento tentador no es lo mismo que ejecutarlo.
La Biblia dice de Jesús que Él “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Jesús fue tentado en toda forma, y esas tentaciones no fueron consideradas pecado. Salió victorioso sobre toda tentación y fue sin pecado. El ser tentado no es una señal mayor de fracaso o de derrota para un cristiano, que lo fue para Jesús. La reacción de un cristiano a la tentación debe ser de “resistencia” en vez de condenación.
2. Respondamos inmediatamente
No es un pecado ser tentado. Pero la tentación inevitablemente conducirá al pecado si
entretenemos pensamientos malos por cierto tiempo. Mantener pensamientos sobre las cosas de la tierra y de la carne sólo nos conducirá a caer en el pecado (Santiago 1:14-15). Hay que tratar con la tentación rápidamente, en el momento que aparece. Entre más tiempo espere para tratar con esas tentaciones, le será más difícil resistirlas.
La respuesta de Jesús a la tentación fue inmediata y eficaz. En cualquier momento que el diablo traía una tentación delante de Él, Él respondía “Escrito está” (Lucas 4:4, 8, 12). Él no se detuvo a pensar en lo que el diablo había dicho sino que refutó las mentiras del diablo con la Palabra de Dios.
Pablo nos dijo que meditáramos en el hecho de que estamos muertos al pecado, que el pecado no tiene poder para dominarnos. Esto debe ser siempre la respuesta a la tentación, una afirmación de que estamos muertos a la vieja y pecaminosa manera de vivir y que ahora estamos vivos para con Dios y la justicia. Cuando un cristiano es tentado por el pecado, su respuesta debe ser audible ”¡NO!” Estoy muerto al pecado. El pecado no reina sobre mí. Estoy vivo para Dios en toda justicia y pureza.
3. Huya de la inmoralidad
Ningún creyente llegará a tal nivel de madurez en el cual no pueda ser tentado. Mientras permanezca en este cuerpo terrenal tendrá que lidiar con la tentación. Esto quiere decir que no debe exponerse al pecado: Una cosa es ser tentado por el enemigo y otra muy diferente ponerse en una posición donde la tentación sea inevitable (Romanos 13:14). Permaneciendo alrededor del pecado y su atracción siempre resultará en una caída.
El creyente está libre del pecado. Pero esto no significa que está libre para frecuentar o visitar lugares de pecado, o estar continuamente en comunión con pecadores “No erréis, las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33).
Estar libre del pecado significa estar LIBRE PARA HUIR. Pablo dijo: “Huid de la fornicación” (1 Corintios 6:8), y “HUYE también de las pasiones juveniles” (2 Timoteo 2:22). La obra redentora en ti, te ha dado la habilidad para “abstenerte de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Pero debemos de ser muy cuidadosos para “no dar lugar al diablo” (Efesios 4:27) al colocarnos en una posición en que pueda tentarnos fácilmente.
D. Andar en el Espíritu
La Biblia dice que es responsabilidad del creyente poner la mente en las cosas del espíritu y no en las de la carne, “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6). El poner la mente en la carne o en el espíritu depende de la persona, Dios no lo hará por nosotros. Pero se nos dice que si ponemos la mente en el espíritu, y andamos en el espíritu (eso es, la nueva criatura que Dios ha hecho en nosotros) entonces no vamos a satisfacer los deseos de la carne (Gálatas 5:16).
Esa es la receta que Dios nos da para andar en completa libertad de la atadura del pecado y de los hábitos pecaminosos. Cuando un creyente comienza a meditar en el hecho de que su viejo hombre está muerto en Cristo y que el pecado ya no tiene poder para dominarlo y cuando pone su mente en las cosas de arriba –las cosas del espíritu-, entonces conocerá la realidad de las cosas (la verdad) y ese conocimiento lo libertará de los grilletes del pecado (Juan 8:31-32).
El poder para actuar como el hombre nuevo que tenemos dentro de nosotros viene a como meditamos en la Palabra de Dios y nos identificamos con ese nuevo hombre (2 Corintios 5:17, 21). A como un creyente reconoce quien es él en Cristo, y pone la mente en las cosas del espíritu, en vez de en las de la carne, encontrará más y más que los deseos de la carne no tienen ningún poder para vencerlo.
E. La paga del pecado
El pecado es destructor. Una mirada al estado actual del mundo será suficiente para demostrar que el pecado siempre termina en muerte y destrucción “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Por eso es muy peligroso para un cristiano reposar y tomar una actitud tolerante hacia el pecado.
El resultado del pecado es miseria, como sucedió cuando Adán y Eva pecaron. Debe ser reconocido como un enemigo mortal ya que eso es lo que es: “No os engañéis, Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7-8).
1. El pecado destruye la fe
El pecado destruye la fe del creyente. Es imposible recibir de Dios a través de la fe cuando se está viviendo en pecado (1 Juan 3:22). El principio de fe que encontramos en Marcos 11:24, no funcionará a menos que obedezcamos el principio de Marcos 11:25: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas” (Marcos 11:24-25).
La historia de la derrota de Israel por Hai se encuentra en Josué capítulo siete. Los hijos de Israel acababan de derrotar al pueblo de Jericó y continuaron con la misma fe para derrotar a Hai. No obstante fueron derrotados por los habitantes de esa ciudad. Cuando se hizo una investigación se dieron cuenta que había pecado en el campamento: algunos de los soldados habían tomado despojos de Jericó y esto había sido estrictamente prohibido por el ángel del Señor (Josué 6:18). No fue hasta que el pecado fue erradicado del pueblo de Israel que pudieron subir y derrotar a Hai (Josué 7 y 8).
2. El pecado destruye la comunión con Dios
El pecado también destruye la comunión con el Padre. Uno no puede tener comunión con Dios y al mismo tiempo andar en pecado. “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” (1 Juan 1:16).
Si un creyente continúa violando su conciencia con el pecado, no puede tener confianza con Dios y la amistad entre ambos permanecerá muerta hasta que el creyente renuncie a ese pecado. Si él persiste en tal pecado, su corazón se endurecerá y la certeza de la presencia de Dios se alejará más y más.
Los creyentes no pueden darse el lujo de considerar el pecado a la ligera. Dios nos ha llamado a una vida de santidad delante de Él porque conoce el poder destructivo del pecado. Dios nos dice que vivamos con justicia delante de Él, porque Él sabe que ese en el único camino de vida y paz (Romanos 8:6). Cualquier padre de familia prohibiría a sus hijos jugar en una fosa llena de culebras cascabel. ¡Haría esto, no porque no quiera que el niño se divierta, sino porque quiere que el niño viva! De la misma manera, Dios llama a sus hijos a vivir una vida sin pecado, porque Él conoce el poder destructor del pecado.
F. Tenemos un abogado
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Si un creyente peca, ese no es el fin. Aún si la persona ha estado atada por muchos años a un hábito pecaminoso, la Palabra de Dios proclama perdón y libertad. Jesús es nuestro Abogado con el Padre, porque Su sangre nos ha limpiado de todos nuestros pecados “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Dios nos perdonará cada vez que pequemos, si lo confesamos y le pedimos perdón. Esto no es una licencia para pecar. Es para permitirnos volver a tener comunión con Dios, y volver a la posición de fe y confianza para andar libres de las ataduras del pecado. Nadie andará libre si está cargado de condenación. La condenación no ayuda a nadie a vencer el pecado, lo empuja más a él; porque lo aleja de Dios.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Si un creyente no entiende este principio, nunca vivirá libre del pecado. Si una persona cae en pecado, debe pedir perdón, y después levantarse otra vez. Un niño nunca aprenderá a caminar si decide quedarse en el piso después de caerse. Si un niño cae mientras está aprendiendo a caminar, se levantará y tratará otra vez. De manera similar, cuando un creyente cae en algún pecado debe arrepentirse y levantarse, confesando que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús.
SUMARIO. ANDANDO EN LA LUZ
Dios ha hecho toda provisión para que podamos caminar en luz delante de él. Puso a muerte el poder que nos empujaba al pecado y puso dentro de nosotros una naturaleza nueva y justa. No hay ninguna razón por la que un creyente no pueda caminar en victoria completa y dominio sobre el pecado y los hábitos pecaminosos.
Dios creó su Iglesia para una vida victoriosa, no para derrota constante a manos del pecado. Sin embargo depende del individuo tomar la decisión de andar conforme al hombre nuevo, en vez de conforme a lo dictado por el pecado o la carne.
Si un creyente escoge caminar conforme a la carne, el resultado será la muerte en una u otra forma. Pero, si ese creyente escoge andar conforme a su espíritu recreado (el hombre interior) entonces el resultado será vida y paz. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
LIBERADO DEL PECADO - PREGUNTAS DE ESTUDIO
1. ¿Cómo me puedo liberar del viejo hombre?
2. El que ha nacido de nuevo ¿Cómo debe estar su viejo hombre? Respaldo Bíblico.
3. ¿Qué enseña Colosenses 1:13 con respecto a la nueva criatura?
4. ¿Qué debemos hacer cuando venga la tentación?
5. El cristiano que falla, ¿Qué debe hacer? Respaldo Bíblico.
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